Las siglas COP en inglés se refieren a la Conferencia de las Partes, una reunión (normalmente anual) de los casi 200 países que forman parte de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y que están comprometidos a reducir estos gases de efecto invernadero para evitar el calentamiento de la Tierra. La primera COP se celebró en Berlín en 1995 y ahora ha comenzado, en Dubai, la número 28.
De entrada, llevamos ya veintiocho reuniones, y a lo largo de estos años no sólo no se ha reducido la emisión de gases contaminantes (el año pasado aumentaron un 2% respecto al año 2021) sino que los científicos han confirmado que el verano de 2023 ha sido la estación más calurosa jamás vista en el mundo (desde que se dispone de registro fiable). Por tanto, de entrada parecen poco productivas estas reuniones, si no fuera por las horas de noticias que llenan durante unos días todos los medios de comunicación.
Yo tuve la oportunidad de asistir a una de estas reuniones (la COP15, en Copenhague, en 2009), y mi experiencia personal es bastante decepcionante. Es una feria de vanidades, tanto de científicos como de políticos e incluso de organizaciones ecologistas, que son convocados una vez al año en puntos alejados del planeta. Que yo conozca, nunca nadie se ha entretenido en realizar un cálculo de la huella de carbono que supone el desplazamiento de los miles de personas, la mayoría en avión, pero quizá (solo quizá) la conferencia en sí misma es contraria a sus principios fundamentales. Otra característica de la reunión es que son tan o más importantes las ausencias que las presencias; este año en Dubai no ha ido China, y Estados Unidos lo ha hecho de forma “rebajada”. Estos dos países suponen casi la mitad de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero; si no están presentes, cualquier acuerdo nace con plomo debajo del ala.
Otra característica de las COPS es que, si hay acuerdo, siempre se alcanza a última hora, cuando todo el mundo parece estar más preocupado por volver a casa en Navidad que por solucionar los problemas del planeta. Y por débiles que sean los compromisos (la prueba es que, después de tantas reuniones y tantas declaraciones solemnes, la temperatura de la Tierra sigue subiendo) se venden siempre como grandes avances, con políticos felices abrazados entre ellos, pese a que los números son tozudos y, año tras año, demuestran lo contrario. Únicamente el Acuerdo de París (COP del año 2015), con el objetivo de mantener el aumento de la temperatura de este siglo muy por debajo de los 2ºC y reforzar la capacidad para afrontar los impactos del cambio climático, parecía bastante sólido.
Todo el mundo está de acuerdo sólo en que el próximo año se volverán a encontrar, en un lugar tan alejado como pueda ser. El turismo de las COPs es mucho más espectacular que el que se hace con el Imserso, con destinos más exóticos; hay auténticos profesionales del evento.
La COP de Dubái pienso que ha sido decepcionante, aunque todavía no ha terminado; ojalá me equivoque. De entrada ha faltado una llegada triunfal de la activista Greta Thunberg sin utilizar medios de transporte contaminantes (como hizo en la COP 25, en Madrid, atravesando el Atlántico en velero y llegando a la capital de España en tren).
«Celebrar una reunión para reducir las emisiones de gases contaminantes, que fundamentalmente proceden del uso de combustibles fósiles, en un país en el que su economía depende mayoritariamente del petróleo, parecía contradictorio.
Y la realidad ha superado el peor de los presagios: el presidente de la asamblea (el sultán Ahmed al Jaber) ha negado en un discurso el cambio climático; los líderes religiosos de la zona afirman que “el petróleo es un regalo de Dios y que a Dios no se le cuestiona” y, por si fuera poco, Clauser (que es Premio Nobel de Física) ha afirmado estos días que el planeta no está en peligro y desafía todo el discurso de la COP. En este contexto, poco se puede esperar de la reunión si los propios organizadores locales dudan de que sea necesario suprimir el uso de los combustibles fósiles.
En consecuencia, la pregunta ya no es si seremos capaces de cumplir los acuerdos de París de 2015, sino cuánto tiempo podremos incumplirlos sin que todo se vaya a pique.