Campeonas del mundo. Campeonas del mundo del deporte más masculinizado del mundo. Campeonas, pese a todo y frente a todo. Campeonas por partida doble, las futbolistas de la selección española, al decidir alzar de nuevo la voz frente a lo que no debería pasar, pero sigue pasando: machismo, infantilización y abusos de poder sobre las mujeres; sobre las deportistas, también.
Ese gesto de las futbolistas españolas las sitúa en una posición privilegiada para acelerar el cambio que vienen reclamando y tanto necesita el fútbol. Con su torpeza, el expresidente de la Federación española de fútbol, Luis Rubiales, se lo sirvió en bandeja. Ellas no desaprovecharon la ocasión y, como antes habían hecho en Estados Unidos Megan Rapinoe y sus compañeras o, en Noruega, Ada Hegerberg, asumieron su responsabilidad social.
“Venimos de ganar un Mundial, pero no se está hablando mucho de ello, porque están pasando cosas que no me gustaría dejar pasar. Como sociedad, no debemos permitir abuso de poder en una relación laboral ni faltas de respeto. Estamos con vosotras, con mi compañera Jenni [Hermoso] y con todas las mujeres que sufren lo mismo. Espero que sigamos trabajando para que esta sociedad mejore”, afirmó Aitana Bonmatí, tras recoger el premio que la proclamaba como la mejor futbolista de la UEFA la temporada pasada.
Aludía al caso Rubiales, ese beso que el ya expresidente de la Federación le robó a Jennifer Hermoso en la entrega de medallas de la final del Mundial y que, junto al gesto obsceno que el mandatario protagonizó en el palco de autoridades del evento, dejó en un injusto segundo plano la gesta deportiva de las 23 mujeres que disputaron el campeonato y de aquellas que contribuyeron a labrar el camino para llegar a Australia y Nueva Zelanda.
Es una pena y, al tiempo, una buena señal: la sociedad ha evolucionado lo suficiente para que, a estas alturas, hechos así no se puedan obviar. Ilustran la realidad de las futbolistas en nuestro país, pero no sólo: las mujeres, deportistas o no, somos víctimas habituales del machismo y de los abusos de poder de nuestros superiores, en su mayoría hombres. El comportamiento de Rubiales sólo ha servido para visibilizarlo en un ámbito que muchos hombres consideran aún reino exclusivo de los machos, como dejaron bien claro el expresidente de la Federación y sus comparsas el día de la final y en sus posteriores comparecencias públicas.
Sucedió que la popularidad del propio fútbol y los avances culturales del feminismo en los últimos años obraron lo impensable: levantar una polvareda política, social y judicial de dimensión internacional. Las presiones políticas y sociales para forzar la dimisión de Rubiales y el proceso judicial al que ahora se enfrenta el expresidente -no quería dimitir, pero acabó haciéndolo por conveniencia- no se habrían dado cinco años atrás. El gesto habría pasado como algo normal, sin desencadenar ningún tipo de reacción institucional ni social. Como aún lo hacen, hoy en día, los numerosos comportamientos machistas que tenemos normalizados en nuestra vida cotidiana.
Por suerte, son cada vez menos. La ola feminista los ha ido desenmascarando. En 2017, el movimiento #metoo/#yotambién abrió la puerta a denunciar públicamente las agresiones y los abusos sexuales sobre las mujeres. Se hizo viral a través de las redes sociales bajo ese hashtag, a raíz de las acusaciones de abuso sexual contra el productor de cine estadounidense Harvey Weinstein. Desde entonces, ha sido utilizado por cientos de miles de mujeres en todo el mundo para declararse víctimas de acoso, agresiones o abusos sexuales. Algunas son famosas (Lady Gaga, Mira Sorvino, Patricia Arquette o Juliette Binoche); la mayoría, anónimas. Nació en el mundo del cine y del espectáculo y, de manera menos masiva, se extendió a la cultura en general, a la política y a otros ámbitos.
También en 2017, en España, la sentencia del conocido como juicio de La manada provocó una reacción viral de miles de mujeres. El desencadenante fue un artículo de la directora del diario Público, Virginia Pérez Alonso, en el que contaba una agresión que sufrió en su adolescencia. Lo impulsó la iniciativa de la periodista Cristina Fallarás de compartirlo en las redes con el hashtag #cuéntalo, para que miles de mujeres expusieran sus casos como víctimas del machismo. En agosto del año pasado, la aprobación de la ‘ley del sí es sí’ consiguió situar el consentimiento expreso como elemento principal a la hora de juzgar casos de abusos o agresiones sexuales y trasladar así a la Justicia la perspectiva de género. El encendido debate que se dio antes y después de la promulgación de la ley contribuyó a despertar conciencias y a feminizar la mirada social que tenemos sobre los abusos sexuales y de poder. Tanto es así, que las internacionales españolas se expresan, ahora, desde una situación de poder y no de víctimas, como evidencia su lema: “Se acabó”.
Por todo ello, el desarrollo del caso Rubiales, que ha llegado hasta el Parlamento Europeo, y la consecución del Mundial son avances que hay que celebrar. Y mucho.
Meteórica evolución
Recordémoslo: justo antes del escándalo, las futbolistas españolas habían conquistado contra todo pronóstico su primera Copa del Mundo. Era apenas su tercera participación en un Mundial (Canadá 2015, Francia 2019 y Australia y Nueva Zelanda 2023) y, en las quinielas de favoritos, aparecían muy por detrás de Estados Unidos, Inglaterra, Países Bajos, Alemania o Japón, campeones en ocasiones anteriores o en otros campeonatos.
¿Cómo explicar el salto desde la irrelevancia a la cima en tan sólo cuatro años? Por la gran mejora de algunos de los clubes de la liga femenina española; por la calidad de las futbolistas más jóvenes; por la creciente aunque aún precaria profesionalización de la liga femenina.
Entre el anterior Mundial y éste, el Barcelona se ha coronado como uno de los mejores equipos europeos al conquistar, además de casi todos los títulos domésticos, dos Champions (2020/21 y 2022/23) y ser finalista en otra. Competir en Europa contra las mejores ha hecho mejores a las futbolistas azulgrana, que han sido la base de la selección española: nueve de las 23. Los ejemplos más evidentes son Alexia Putellas y Aitana Bonmatí. Entre Francia 2019 y Australia 2023, Putellas ha sido considerada la mejor jugadora del mundo en dos ocasiones. Bonmatí la sucederá, con toda probabilidad, esta temporada, después de haber sido elegida ya la mejor futbolista del año y la mejor del Mundial.
Para seguir creciendo, al Barça le ha venido de perlas la decisión del Real Madrid de incorporar también un equipo femenino y de fichar a algunas de las mejores jugadoras europeas. Aunque sólo sea por una cuestión de corrección política y de negocio (las empresas patrocinadoras han visto el filón económico y de popularidad social que representan los equipos femeninos), que los dos grandes clubes de fútbol españoles reproduzcan su rivalidad en la liga femenina eleva el nivel de la competición. Si históricos como el Atlético de Madrid, el Levante y la Real Sociedad invierten más en sus equipos femeninos el crecimiento será aún mayor.
Es algo que sigue costando. Las futbolistas de la Liga F han tenido que recurrir de nuevo a una huelga para lograr un nuevo convenio que mejore sus condiciones laborales. Sus ansias de profesionalización y mejora salarial topan siempre con argumentos que continúan infravalorando el potencial de las competiciones femeninas, pese a que las audiencias hayan demostrado reiteradamente que, si se apuesta, el producto genera interés.
Por eso, no deja de ser sorprendente el excelente rendimiento de las categorías inferiores de la selección femenina, que, en los últimos años, han acumulado campeonatos europeos (la sub-17 y la sub-19) y mundiales (la sub-17) de manera reiterada y casi ininterrumpida. Cada vez son más las niñas que juegan al fútbol desde bien pequeñas, ya sea en equipos totalmente femeninos o en equipos mixtos, donde compiten con niños hasta casi la adolescencia. Es el caso de la mundialista Ona Batlle en el Unió Esportiva Vilassar. En ese ámbito, las niñas compensan con técnica e inteligencia la mayor fuerza de sus compañeros y es, precisamente, lo que después exhiben en las competiciones internacionales frente a rivales a menudo más poderosas físicamente.
La federación ha sabido aprovechar esa evolución de la sociedad -hoy ya nadie se escandaliza al ver a una niña jugando al fútbol- y de los clubes en general en beneficio de la selección. A su manera, Rubiales apostó por aumentar los recursos para los equipos femeninos. Con las inferiores, la cosa le salió bien. Con la absoluta, no. Después de la Eurocopa de Inglaterra (2022), la mayor parte de las internacionales pidieron mejores condiciones para seguir compitiendo con la selección. El problema no era sólo el recién destituido seleccionador Jorge Vilda. Reclamaban preparadores, nutricionistas, masajistas, psicólogos, profesionales y condiciones a la altura del reto que tenían por delante, tal y como sucede con la selección masculina.
El pulso fue duro e intenso. A menudo, menospreciado y malinterpretado -las futbolistas no supieron expresar públicamente qué pedían- como un berrinche de unas chicas caprichosas. Nada más lejos de la realidad. Tanto es así, que, antes de este Mundial, Rubiales cedió lo justo para que buena parte de las futbolistas que habían dejado de ser convocadas durante el último año pudieran y decidieran volver a la selección. Otras, como Mapi León y Patri Guijarro, mantuvieron su postura y acabaron perdiéndose el reciente Mundial.
El cortijo de Rubiales
Esa mínima cesión de Rubiales explica muchas cosas. El inesperado título, en parte. Y su comportamiento posterior, en su casi totalidad. Como buen representante del hombre de ayer que es, el expresidente de la Federación considera que, si la selección femenina es hoy campeona del mundo, es gracias a él; a lo que él ha hecho por un equipo que, como el resto, forma parte del cortijo que ha manejado sin que nadie le tosa ni le cuestione nada. Las únicas que lo hicieron fueron, precisamente, las futbolistas ahora campeonas y así estuvieron durante meses y meses. La tortilla se ha girado con la consecución del Mundial.
En su comparecencia ante la asamblea de la Federación, en la que Rubiales intentó justificar lo injustificable después de que hasta el presidente en funciones del Gobierno, Pedro Sánchez, lo llamase a capítulo por el beso no consentido, el mandatario exhibió sin ningún tipo de pudor todas las características que definen a un machirulo de manual: negacionismo, soberbia y superioridad moral, además de un ego desmesurado que intentó disimular con un victimismo patético.
Un hombre así es incapaz de entender que las mujeres a las que él y uno de sus comparsas (el seleccionador Jorge Vilda) han hecho campeonas del mundo no le rindan pleitesía. Por eso exhibió su entrepierna en el palco, sin importarle dónde estaba, quién había alrededor ni que lo estuvieran mirando millones de ojos (muchos de niñas y niños) en todo el mundo. Por eso manoseó a las futbolistas en la ceremonia de premiación como si fueran sus juguetes. Por eso le plantó un beso en la boca a Jennifer Hermoso y lo consideró “normal”. Por eso se escandalizó y se sintió víctima de una cacería cuando la sociedad en general lo interpretó como un abuso. Por eso se mantuvo -y se mantiene- inamovible en su postura, pataleando como un niño chico al que le han sacado su juguete preferido.
La Federación era mucho más que eso para él. Era su reino, esa estructura de poder anquilosada dominada por hombres de otra época en la que se maneja tanto dinero y hay tantos intereses que hasta las voces que ya no se sienten cómodas con los discursos cavernícolas callan y los aplauden sumisamente.
Por sus declaraciones posteriores, podría ser el caso del seleccionador masculino, Luis de la Fuente, que hasta se levantó para ovacionar cuando Rubiales habló de “falso feminismo” y, días después, dijo no reconocerse en aquella persona que aplaudía con fervor.
También Vilda, seleccionador femenino, aseguró no compartir algunas de las opiniones de Rubiales que también aplaudió. Fue, como en todos los casos, a toro pasado, cuando los políticos nacionales y la opinión internacional ya habían censurado la actitud del presidente de la Federación y habían exigido a los organismos competentes medidas para apartarlo de su cargo.
Salvo honrosas excepciones (el bético Borja Iglesias, el sevillista Isco y el portero David de Gea), durante días y días, el sector masculino del fútbol permaneció mudo respecto al caso. Su silencio resultó elocuente. Aun más después de que sus compañeras futbolistas emitieran un comunicado conjunto para proclamar que esto “se acabó”. Los internacionales españoles tardaron casi otras dos semanas en hacer público su posicionamiento: “Queremos rechazar lo que consideramos unos comportamientos inaceptables por parte del señor Rubiales, que no ha estado a la altura de la institución que representa. Nos situamos de manera firme y clara del lado de los valores que representa el deporte. El fútbol español debe ser motor de respeto, inspiración, igualdad y diversidad, y debe dar ejemplo con sus conductas, tanto dentro como fuera del campo”. El mensaje es impecable. Ahora sólo hace falta que todos se lo crean y obren en consecuencia.
Reclamos femeninos
Frente al inmovilismo y a la tibieza masculinos, las mujeres aprovecharon el escaparate que conquistaron para denunciar y reivindicar. “Me duele mucho lo que sucedió después de la final”, afirmó la seleccionadora inglesa, Sarina Wiegman, tras recoger el premio como la mejor entrenadora del año en la gala de la UEFA. “Este equipo [España] deber ser celebrado y escuchado. Pido un aplauso para ellas y les dedico el trofeo”, prosiguió. Por entonces, Rubiales seguía siendo presidente -sólo la FIFA lo había suspendido temporalmente de sus cargos- y la Federación sólo había hecho gestos cosméticos.
Y eso es, precisamente, lo que siguen denunciando las internacionales españolas. Mientras el proceso iniciado por Hermoso sigue su curso en los juzgados, sus compañeras consideran insuficiente la dimisión de Rubiales y la destitución de Vilda. Reclaman cambios reales en la Federación, que sigue dominada por los secuaces del expresidente, y en la estructura que rodea al combinado femenino.
Así, la nueva seleccionadora española, Montse Tomé, tuvo que posponer varios días el anuncio de la lista de convocadas para el próximo reto, la Copa de Naciones que abre la puerta a los Juegos Olímpicos de París, porque 21 de las 23 mundialistas y 18 internacionales más mantuvieron hasta el último momento su postura de no volver a la selección mientras no les asegurasen los cambios estructurales que exigían.
“Los hechos que desgraciadamente todo el mundo ha podido ver no son algo puntual y van más allá de lo deportivo. Ante estos actos debemos tener tolerancia cero, por nuestra compañera, por nosotras y por todas las mujeres”, sostuvieron las futbolistas en un nuevo comunicado. En el escrito, detallan los cambios que quieren: reestructuración del organigrama de fútbol femenino (nombrar a un nuevo directivo y cambiar el staff técnico); reestructuración del gabinete de la presidencia y secretaría general (Andreu Camps); dimisión del presidente de la RFEF (Pedro Rocha); reestructuración del área de comunicación y marketing y reestructuración de la dirección de integridad.
“Hoy comienza una etapa nueva. Estamos en un cambio en la estructura y confío en que vamos a hacer nuestro trabajo bien, en que vamos a estar en un contexto de seguridad y en que las jugadoras van a poder desarrollar su profesión como se merecen”, afirmó Montse Tomé tras anunciar la lista de convocadas, en la que había 15 campeonas del mundo, 19 de las firmantes del comunicado que pide cambios y cuatro de las 15 que no volvieron a la selección para el Mundial (Mapi León, Patri Guijarro, Amaiur Sarriegi y Lucía García), pero no Jennifer Hermoso “para protegerla”, según dijo la seleccionadora.
“¿Protegerme de qué? ¿O de quién?”, replicó Hermoso, en un comunicado en el que se solidarizó con sus compañeras. Vía comunicado también, ellas habían dejado claro que su postura no había cambiado, que habían sido convocadas en contra de su voluntad y que consideraban no acudir a la llamada de la seleccionadora. El pulso con el que respondieron al órdago de la Federación llevó al Gobierno a intervenir de nuevo a través del Consejo Superior del Deporte (CSD).
Horas de reuniones entre unos y otras concluyeron con un acuerdo para evitar el bochorno internacional que habría supuesto comparecer en la Copa de Naciones sin las campeonas del mundo: 21 de las 23 jugadoras convocadas disputarán los dos próximos partidos. Mapi León y Patri Guijarro, no. Alegaron que habían sido convocadas cuando se habían declarado no seleccionables y que no se sentían con ánimos de jugar. Las futbolistas lograron que no sean sancionadas por su negativa.
No fue su único logro: arrancaron una serie de acuerdos en los que la Federación y el CSD se comprometen a ir “en conjunto” y una comisión mixta tripartita [Federación, CSD y futbolistas] para hacer seguimiento de estos acuerdos, en los que el organismo gubernamental se compromete a avanzar en “políticas de género, igualdad salarial y en mejorar las infraestructuras, así como clarificar la agresión sexual y tipificarla como una falta muy grave, si se hace en el ámbito del deporte”. La Federación se habría comprometido a abordar, inmediatamente, los cambios estructurales exigidos por las futbolistas.
La lucha no se acabará aquí. Ellas están en una posición de fuerza para acelerar los cambios que persiguen y romper un nuevo techo de cristal y, como ya han demostrado, están dispuestas a sacrificarse para conseguirlo. Lo dejó bien claro la doble Balón de Oro Alexia Putellas al recoger la Medalla de Honor de Oro que la Generalitat le concedió al Barcelona femenino: “No nos pararemos aquí. Hemos llegado para quedarnos y para ayudar a las que vengan después de nosotras. Necesitamos consenso, valor y liderazgo por parte de las instituciones. No os fallaremos”.