Hitler era comunista, hay que “limpiar” Gaza… Condenar la forma, replicar el contenido. Esta podría ser una máxima fundamental de nuestros tiempos políticos. Quizás la más fundamental. No creo ser el único que ve ciertos paralelismos entre el primer tercio del siglo XX y el primer tercio de nuestro siglo en lo relativo al clima político.
Al final de la Primera Guerra Mundial en 1918, los desequilibrios provocados por esta y el Tratado de Versalles abonaron el terreno para el desarrollo y la consolidación de los movimientos fascistas en Europa, que recibieron el empujón final al calor del crack bursátil de 1929. No ahondaré aquí: la historia es de sobras conocida. Por su parte, el colapso financiero del 2008, la crisis climática, el auge de los feminismos o, finalmente, la pandemia del COVID-19 fueron algunos de los vectores principales utilizados para justificar una suerte de reacción política en nuestro tiempo, que ha ido creciendo y se ha ido retroalimentando al calor de unas redes sociales que han servido de cámara de eco sin apenas restricciones. La idea de lo que hay de común en estos dos momentos es, en realidad, muy elemental: ante la detección de los primeros problemas importantes (1), se desvía la atención hacia un fetiche (2) que nos permita seguir viviendo de la misma forma, responsabilizando a un tercero (el fetiche) de todos nuestros problemas.
El recurso al fetiche ha sido algo muy propio de los discursos fascistas. Sin embargo, si nos atenemos a lo que se nos dice con frecuencia… Convendremos en que el fascismo ya no existe, ¿o sí que existe?
Hace algunas semanas, en plena precampaña de las elecciones federales en Alemania, la candidata por AfD (Alternativa por Alemania) no tuvo reparos en decir que Adolf Hitler era comunista. De este modo, la candidata intentaba distanciarse de las comparativas que a menudo se establecen entre el nazismo y el partido político que ella lidera. El mensaje era claro. Por un lado, el nazismo histórico sigue siendo aberrante. Por el otro, esta aberración se vincula al otro extremo de nuestro espectro político.
Al respecto de lo aberrante que nos sigue pareciendo el nazismo tuvimos también recientemente la polémica sobre si Musk hizo o no el saludo nazi (Sieg Heil). De hecho, la disculpa a la torpeza por parte de la ADL (Liga Anti-Difamación, que persigue los comportamientos antisemitas) parecía calmar las aguas.
Por otra parte, aún más recientemente, Donald Trump planteó la posibilidad de “limpiar” Gaza, convirtiendo el espacio en una especie de resort vacacional (o de otra índole). Eso sí, sin palestinos: el plan es “trasladarlos” a otro lugar.
Si se pone atención a estos ejemplos, y podríamos encontrar muchos más, rápidamente nos daremos cuenta de algo: las formas importan y se procura cuidarlas bastante.
Sí, yo mismo he dicho en alguna ocasión que vivimos en el tiempo político del ruido y la mala educación. Pero lo que sostengo aquí no se contradice en absoluto. La forma a la que me refiero aquí es a la deliberada intención de distanciarse de las formas y la simbología que nos retrotraigan a los movimientos fascistas del pasado: Hitler sigue siendo detestable, el sieg heil es condenable, la limpieza étnica es una aberración, etc.
Sin embargo, estos discursos políticos, que tanto quieren cuidar que su forma no nos recuerde un pasado abominable, se hallan impregnados de ataques constantes y brutales, a menudo deshumanizadores, contra los migrantes, contra los zurdos, contra las feministas, etc. Por supuesto, siempre se le pone un matiza cada ataque: a la inmigración irregular, a los zurdos empobrecedores, a las radicales que están contra los hombres, etc.
No obstante, a poco que se rasque, se observa que estos peros no son sino la justificación que solidifica el fetiche, un fetiche que no es siempre el mismo, ni se expresa siempre del mismo modo, pero que sigue compartiendo la matriz fascista: la discriminación y subordinación del otro, del más vulnerable, del díscolo, del discrepante y, en definitiva, de cualquier desafío al ideal que se quiere mantener de una sociedad (casi) perfecta.
Así, la forma parece muy problemática, pero el contenido… El contenido parece que se puede camuflar.
La tesis que se está sosteniendo en este escrito tal vez pueda clarificarse en la medida en la que veamos el reverso de la misma.
Rammstein es una banda alemana de metal. Desde sus inicios han sido muy polémicos por múltiples razones (¿no es lo que muchas bandas buscan para fijar la atención del público?). Una de las principales razones, sobre todo en sus inicios en los años 90, tiene que ver con el uso de una estética y unos códigos de comportamiento que recuperan algunos elementos que rememoran el nazismo: el Goose-Step (paso militar del ganso) en algunos de sus vídeos y conciertos o, incluso, la utilización de las imágenes de El triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl para el videoclip de Stripped (versión del clásico de Depeche Mode). La polémica llegó a crecer hasta el punto que en 2001 sacaron el tema Links 2 3 4 para, exacerbando aún más estos elementos estéticos-militaristas de la Alemania del Tercer Reich, aclarar que son de izquierdas. El mismo título de la canción refleja esta ambivalencia: links es izquierda en alemán, mientras que 2 3 4 hace referencia, claro está, a los pasos de la marcha militar.
De este modo, si hacemos caso a lo que la propia banda nos transmite, el contenido de lo que hacen se aleja mucho del pensamiento nazi y, en general, de toda narrativa fascista. Sin embargo, de forma provocadora y polémica, optaron por replicar las formas de este aberrante movimiento histórico.
La forma es muy fácil de identificar y, por lo tanto, es muy fácil de condenar. Es aquello visible en todo discurso: el reconocimiento de determinadas figuras históricas, de determinados comportamientos y, de forma general, la simbología y los elementos estéticos nos retrotraen de forma rápida a este pasado. En cambio, el contenido no es algo siempre tan obvio: camuflados bajo una determinada forma, los mensajes, aunque sean de odio, pueden no ser fáciles de identificar. Siempre encontrarán a quiénes los lean como obvios, y no necesariamente como peligrosos. Al fin y al cabo, siempre habrá quién realmente se sienta atacado y crea que ese fetiche es el auténtico responsable de todo lo malo que le sucede en la vida.
Debemos volvernos a recordarnos que si hoy condenamos esas formas no es sino por el contenido al que estaban adheridas: el Sieg Heil, por ejemplo, es condenable hoy en día por la asociación a la barbarie que supuso el nazismo. Pero la barbarie se puede repetir (se puede estar repitiendo) aún con otras formas. Unas formas que quizás condenemos en el futuro, cuando ya sea tarde. Por lo tanto, prestemos atención al contenido, por favor.
(1) Desigualdad económica, especulación financiera, insostenibilidad ecológica, falta de reconocimiento identitario, laboral, etc.
(2) El inmigrante, la feminista “empoderada”, los ecologistas, la cultura woke, etc.