¿Cómo entendemos y cómo acompañamos a los adolescentes trans? Esta es la cuestión que se plantean Miquel Missé ―sociólogo experto en género y sexualidad― y Noemi Parra ―doctora en estudios de género, antropóloga y trabajadora social― en el libro “Adolescentes en transición” (Bellaterra Edicions). Las transiciones de género de los adolescentes han aumentado mucho en los últimos tiempos. El debate social ―a menudo excesivamente crispado― sobre este tema requiere una honestidad y un esfuerzo de análisis y comprensión que Missé y Parra aportan en este libro.
Afirman que no hay una forma nítida y clara de “habitar una transición de género”. ¿Cuál es la definición de transición de género en la que basan la investigación que han hecho?
M.M.– Yo diría dos cosas. La primera, para evitar el relativismo, sería decir que una transición de género tiene que ver con alguien que se mueve de la categoría de género en la que fue asignada. Cuando alguien deja de nombrarse en la identidad “chico” o “chica” con la que ha crecido. Y la segunda es que, más allá de esta definición que vamos a usar como punto de partida, una de las cosas que pasan con este fenómeno es que nosotros pensamos que lo que entendemos por transición se modifica en función de su contexto histórico y cultural. Lo que en nuestra sociedad es hoy una transición de género no significa lo mismo que hace 20 años o que hace 50. Como la sociedad se mueve, el marco para interpretarlo o las posibilidades de vivirlo también se pluralizan. Por poner un ejemplo muy concreto, hace 20 o 30 años cuando alguien pensaba en una transición -que en esa época se diría un cambio de sexo- la gente pensaba siempre en cirugías, sobre todo cirugía genital. Esto era como muy evidente. Hoy, en esta generación de adolescentes, la cirugía es mucho más secundaria. Tiene más que ver con otro tipo de exploraciones. En función del contexto, adquiere nuevos significados. Y nosotros lo que decimos es que debemos que interpretar mejor lo que esta generación de adolescentes está experimentando bajo la idea de transición de género, que no necesariamente concuerda con el relato de otras generaciones.
N.P.– Una de las aportaciones que hacemos en el libro tiene que ver precisamente con esta idea de la transición no como algo ya predeterminado o fijo. Los significados de lo trans en 20 años han cambiado de una idea fija de pasar de un sexo a otro, directamente asociado a la cirugía, a una experiencia más compleja. La respuesta a qué es una transición hoy no es tan evidente. Se abren nuevas preguntas y nos plantean un reto muy importante sobre cómo acompañar estos procesos. Lo que parece contradictorio desde mi punto de vista es que se mueve la manera de vivir las transiciones, de significarlas, pero parece que quienes estamos llamados a hacer esos acompañamientos todavía no terminamos de movernos del todo en cuanto a esos significados. Seguimos trabajando con modelos o formas de entender la transición bastante rígidos que no nos permiten ver la complejidad de estos procesos de transición en la actualidad.
El libro tiene el subtítulo que es “Pensar la experiencia de género en tiempos de incertidumbre”. ¿Que vivamos en tiempos de incertidumbre es un progreso o es un problema añadido para los adolescentes?
N.P.– Llevamos tiempo viviendo en la incertidumbre. Es muy importante contextualizar qué es lo que está pasando en la actualidad, cómo impacta en nuestra subjetividades la pérdida de grandes relatos que ordenan la existencia o la falta de expectativas sobre el futuro. Esta incertidumbre la vivimos como sociedad, pero impacta especialmente a las personas adolescentes en la dificultad de proyectar el futuro. Al final la vida es incertidumbre y en estas situaciones aparecen posibilidades de pensar o de experimentar la propia vivencia relacionada con el género, se abren nuevos marcos, nuevas posibilidades… Las certezas son ideales, es difícil vivir en certezas constantemente, pero también es verdad que para mucha gente la pérdida de certezas ha supuesto mucha desorientación, y en la adolescencia particularmente, que es un momento clave en la construcción de la propia identidad y en el que se necesita tener ciertos asideros, esa desorientación a veces reafirma posiciones identitarias muy fijas. Veíamos que ahí había cierto riesgo. A la vez que se abren posibilidades en esa grieta de la incertidumbre, esa necesidad de tener certezas puede colocarnos en posiciones muy rígidas sobre lo que significa ser hombre, lo que significa ser mujer, o incluso posiciones muy polarizadas, como estamos viendo en la actualidad.
Señalan tres protagonistas en el acompañamiento: adolescentes, familiares y profesionales. ¿Hay consejos adecuados para que los padres acompañen de la mejor manera posible a sus hijos adolescentes en transición?
M.M. Tenemos que dedicar tiempo a pensar cómo acompañamos a las familias. Las familias tienen que acompañar un proceso difícil, pero a la vez también se están haciendo muchísimas preguntas. Lo primero que vemos es que las familias no tienen muchas veces lugares a los que agarrarse para poder tener la calma y la serenidad para acompañar desde una posición que no sea la de la propia inquietud y angustia que sienten porque se asustan. Por ejemplo, hay un relato muy fuerte sobre el suicidio de estos adolescentes si no se atienden muy rápido. Entonces, claro, las familias se asustan y como no quieren que pase ninguna desgracia intentan encontrar soluciones muy rápido. En este libro, algunas dicen que pierden la capacidad de pensar porque en vez de estar pensando “a ver un momento, cómo hago esto, con la calma” se asustan y necesitan encontrar una solución rápida que atenúe el malestar de sus hijos. Lo primero es, pues, cómo se acompaña a las familias que acompañan. Las ideas que podemos aportarles tienen que ver con que escuchen, no se asusten y no se precipiten porque no va a pasar nada malo, ni grave, ni terrible. Una transición de género es una experiencia que una persona hace, no es algo peligroso. Buena parte de las recomendaciones se centran en el tema de los tratamientos médicos, pero la mayoría de estos procesos no empiezan con un tratamiento médico, empiezan con alguien que se hace preguntas y que necesita hablar de ellas y muchas veces aquí ya hay muchas familias que sienten mucha inquietud. La primera cuestión es rebajar esta ansiedad. En esta generación la exploración del género es algo que vemos y vamos a ver mucho más en los próximos años. Algunos adolescentes seguirán esa trayectoria, otros la explorarán y volverán a la categoría anterior. No pasa nada. Hay que poder acompañar eso con calma. Esto es lo fundamental ahora mismo.
N.P.– Había en algún momento en las entrevistas a familias que decían cómo todo el discurso del miedo llevaba a invalidar sus propios recursos. Una madre en particular decía que “el miedo no te permite aplicar todo lo que tú ya sabes con tu criatura”. Tú has tenido una vida con tu criatura, la has acompañado, tiene una vida que tú conoces, que no sabe el psicólogo, la psicóloga, la trabajadora social… Esto a mí me parece que es clave. Cuando entramos nos topamos con una realidad que no conocemos, nuestras pistas son grandes relatos sociales sobre lo que se debería hacer. Al final muchas veces esperamos de las y los profesionales que nos respondan a “qué hago”. Lo más importante desde mi punto de vista es abrir el espacio de la conversación, no cerrarlo, no buscar a alguien que me diga qué es lo que tengo que hacer, sino poder abrir el espacio a la conversación y poder acompañar ese proceso hacia donde nos vaya llevando. Ya tenemos herramientas para eso como familia, tenemos recursos que debemos poner en juego. Las familias en el trabajo que hemos hecho se preguntan: ¿Quién nos acompaña? Necesitamos que también nos escuchen, formar parte de esa triada de acompañamiento en la que muchas veces estamos fuera. Necesitamos entender qué es lo que está pasando, necesitamos tiempo para elaborar, y necesitamos tener herramientas para abrir esa conversación con nuestra criatura, porque al final somos quienes nos quedamos con ella el resto del tiempo. Una psicóloga, un psicólogo, un trabajador social, a lo mejor está dos meses, o a veces solamente tiene una cita, pero el resto del tiempo estás tú y necesitas tener herramientas para poder acompañarlo.