Hoy en día, el término Ciencia Ciudadana está muy extendido, pero los orígenes de esta práctica son antiguos. Convencionalmente, su génesis se remonta al Conteo Navideño de Aves, un proyecto iniciado en 1900 en Estados Unidos por el ornitólogo Frank Chapman, pero esto es incorrecto.
La recogida de datos científicos por parte de aficonados tiene orígenes más antiguos. Por ejemplo, los naturalistas Carlos Linneo y John Ray ya reclutaban a ciudadanos aficionados para recoger muestras y observaciones del mundo natural. En China, durante 3.500 años, los ciudadanos ayudaron a recoger datos sobre las plagas de langosta, y los diaristas de la corte de Kioto recopilaron durante 1.500 años una cronología de las fechas de la tradicional fiesta de los cerezos en flor. Podríamos dar innumerables ejemplos, pero un hallazgo reciente es que los registros japoneses de las fechas de floración de los cerezos están demostrando ser un recurso fructífero para comprender el cambio climático.
El Diccionario de Inglés de Oxford acuñó en 2014 una definición de Ciencia Ciudadana que la caracteriza como un conjunto de operaciones de recogida de datos y observación para aumentar el acervo de conocimientos científicos en cooperación con científicos profesionales. Una de estas realidades, nacida poco más de un siglo después del Conteo Navideño de Aves, es iNaturalist, una red social creada en el marco de la Escuela de Información de la Universidad de Berkeley que reúne a naturalistas, científicos ciudadanos y biólogos en actividades de crowdsourcing sobre la fauna y la flora de diversos rincones del planeta. Galaxy Zoo se creó como parte de los proyectos Zooniverse del portal Citizen Science e implica a gente corriente y a cualquier apasionado de la astronomía en la visualización y clasificación por formas de imágenes de galaxias de la base de datos del telescopio Sloan Digital Sky Survey (SDSS).
Recoger datos desde abajo: ciencia respetuosa con las personas
Muchos estudiosos creen que las formulaciones aceptadas por Ciencia Ciudadana no son adecuadas para captar la riqueza de su alcance, porque sólo se refieren a sus desarrollos digitales y exclusivamente a actividades no relacionadas con colaboraciones institucionalizadas con gobiernos o institutos científicos. Por eso propusieron ampliar su alcance a proyectos en los que los ciudadanos, solos o en equipo, recopilan datos sin colaborar con científicos. De este modo, serían las cuestiones planteadas por los ciudadanos y no sólo la ciencia las que proporcionarían la base para la investigación. Estudios que podrían aportar datos sobre cuestiones territoriales críticas y sobre las condiciones de vida de las comunidades, basándose en el conocimiento local experto de quienes viven y trabajan en una zona geográfica concreta.
Hoy en día, existe un verdadero renacimiento de la participación ciudadana en el crecimiento del conocimiento científico, especialmente con la llegada de la digitalización.
El uso de las tecnologías de la información y la comunicación para democratizar la información es algo a lo que los gobiernos de todo el mundo están abriendo sus puertas. Los departamentos gubernamentales de sanidad y las agencias nacionales están cada vez más abiertos a sintonizar con la agenda internacional del gobierno electrónico, que parece orientarse cada vez más hacia la participación activa de la ciudadanía en el suministro de información sobre las personas y los territorios.
En 1998, Al Gore, ex vicepresidente de Estados Unidos llamó «Tierra Digital» a un proyecto monumental para recopilar datos georreferenciados y de 360 grados de todo el planeta. No puede decirse que la visión original esté completa, pero hasta la fecha se han realizado numerosos planetas virtuales, pensemos en Google Earth, Microsoft Bing, ESRI ArcGIS Explorer, Virtual-Geo y WorldWind.
«Digital Earth Africa» representa un caso de escuela, en el que existe una fuerte implicación de los ciudadanos científicos para que los responsables de la toma de decisiones y la ciudadanía mundial conozcan la situación y las prioridades de muchas partes de África. Las personas que participan en el proyecto actúan como sensores humanos e interactúan con las infraestructuras tecnológicas, a menudo por SMS o mediante su representación en Google Maps, informando de problemas con los servicios públicos, necesidades sociales, cuestiones medioambientales críticas y datos de salud pública. En concreto, mediante un simple mensaje pueden informar en tiempo real y de forma anónima de la ausencia de agua o de la presencia de agua contaminada en un punto de agua público, o de problemas de seguridad o movilidad. A través de una herramienta de este tipo, las instituciones no sólo se enteran de los problemas a tiempo, sino que con rapidez inmediata pueden comunicar las soluciones que deben adoptarse o la resolución de un asunto determinado.
La realidad africana es sólo una de las muchas combinaciones posibles en el abanico de escenarios que se han puesto en práctica y que podrían realizarse en todo el mundo gracias a la participación desde abajo.
Ciencia Ciudadana y catástrofes medioambientales
Tras el accidente nuclear de Fukushima Daiichi, surgió una forma de hacer Ciencia Ciudadana que revolucionaría la forma de medir el riesgo de radiación y de hacerlo visible al público. Los antecedentes se remontan a 2011, cuando Sean Bonner, Joi Ito y Pieter Franken empezaron a debatir la posibilidad de distribuir contadores Geiger entre la población de las zonas afectadas por la radiactividad. Estos activistas junto con un nutrido grupo de hackers y emprendedores dedicados a esta causa, uniendo fuerzas con Marcelino Álvarez fundador de la web RDTN.org y Christopher Wang miembro del Tokyo Hackerspace crearon Safecast. Esta organización internacional de Ciencia Ciudadana, basada en las contribuciones de ciudadanos voluntarios y centrada en la vigilancia del medio ambiente, cuenta ahora con el mayor conjunto de datos abiertos de mediciones de radiación de fondo de la historia. Entre otras cosas, Safecast está construyendo una red de sensores para la vigilancia de partículas en las dimensiones PM1.0, PM2.5, PM10. Los datos multitudinarios recopilados se socializan a escala mundial a través de mapas interactivos.
A pequeña escala, la asociación de voluntarios en red Peacelink participó en mediciones autoorganizadas de hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAPs) en la ciudad de Taranto, donde se encuentra la mayor planta siderúrgica de Europa. El instrumento de medición no fue el contador Geiger como en Japón, sino el Ecochem PAS 2000, una ecotecnología de fácil uso donada a Peacelink por el Rotary Club de Taranto el 24 de marzo de 2011. Así despegó el primer ejemplo italiano de monitorización de HAP en tiempo real por ciudadanos voluntarios.
Otro ejemplo de seguimiento medioambiental en la plataforma Peacelink son los datos de las unidades de control Arpa, posibles gracias a la implantación del software de inteligencia empresarial Omniscope. Hablamos de una interfaz promovida por la ciencia cívica y puesta a disposición de los ciudadanos locales o de cualquiera que desee estar al corriente de los datos de emisiones atmosféricas en Taranto. Este software es utilizado en otros ámbitos por la Región de Apulia, pero por iniciativa de la asociación se ha convertido en un cuadro de mandos inteligente capaz de procesar y tratar enormes volúmenes de datos medioambientales.
Lo que tienen en común todas estas experiencias diferentes de crowdsourcing e intercambio de datos es una idea de ciencia en la que todo el mundo puede contribuir en cualquier momento.
Una Ciencia Ciudadana, para los ciudadanos y hecha por los ciudadanos, destinada a beneficiar a las poblaciones sujetas a riesgos medioambientales en su interacción con los sistemas de información en canales institucionales y no institucionales. Una Ciencia Ciudadana que haga transparente el riesgo, porque está hecha por quienes viven las emergencias en primera persona y pueden responder de forma correcta y veraz a la creciente demanda de datos medioambientales más completos y de fácil acceso para todas las personas del planeta.