El Global Fire Power 2023 incluye a Israel en el TOP 20 de países con mayor potencial militar a nivel mundial. Si bien el ranking lo encabeza ―una vez más― Estados Unidos y grandes potencias como Rusia y China, llama la atención que un país de apenas 9,5 millones de habitantes esté en una posición tan destacada.
Los datos de cierre anual en 2022 del Stockholm International Peace Research Institute (Sipri) cifraban en 23.406 millones de dólares el gasto militar israelí ―un 4,5% del PIB del país―. Haciendo una división per cápita, el gasto militar por habitante fue de 2.623 $. Muy por encima de la media incluso de algunas de las primeras potencias: el gasto militar por habitante de Rusia fue de aproximadamente 600$, y el de China, de 200$.
Ya antes de la creación del estado judío en 1948, el movimiento sionista se caracterizó por su alto grado de organización paramilitar. Ejemplo de ello es que tras las Revueltas Árabes de los años 30 del siglo pasado la sociedad judía mantuvo unas 15000 personas entrenadas en la disciplina militar. La asimetría entre la potencia de las fuerzas de defensa israelíes y palestinas cada vez fue más patente, como se vio en las intifadas ―piedras contra tanques―, y como se evidencia hoy en día.
Un Silicon Valley militar en el Medio Oriente
Tres empresas del Estado judío están ubicadas en las primeras 34 posiciones del top 100 de Defense News de armamentísticas más destacadas globalmente. Si por algo se distinguen las armas israelíes, es por atesorar un sello que les hace garantes de su macabra eficacia: “probado en combate”. El valor añadido se construye con sangre, y es que durante los años y años que lleva en marcha el conflicto árabe-judío, los palestinos han sido la probeta del desarrollo e innovación de maquinaria para la muerte. Israel es conocido por ser una especie de Silicon Valley militar de Medio Oriente.
Una de las empresas israelíes más potentes en materia de armas es Rafael Advanced Defense Systems Ltd, creada en 1948, el mismo año de la fundación del estado judío. Fueron los encargados de construir el “Domo de hierro”, un macrosistema de defensa capaz de interceptar ataques emitidos por la vía aérea. La infraestructura consta de un radar sofisticado que mapea y rastrea las amenazas, y un sistema de control y mando compuesto por operadores que pueden decidir si disparar interceptores o no para neutralizar los ataques. El equipamiento más visible son los misiles interceptores y las lanzaderas móviles, compuestas por artillería con sistemas de guiado avanzados.
Con esta cúpula defensiva puntera a nivel mundial, Israel hace gala de su tecnología dominante, una vez más, testeada en conflicto. Su coste está a la altura de la expectativa: solo Estados Unidos invirtió “más de 200 millones de dólares para ayudar a Israel a pagar el sistema” según datos de la BBC.
Estados Unidos, primera potencia militar mundial, es fiel colaboradora de Israel. Sólo en 2020, inyectó 3800 millones de dólares destinados al estado de Medio Oriente. Este dinero forma parte de un paquete aprobado por el gobierno Obama para la década 2017-2028 que contempla un monto económico de 38.000$ millones para asistencia militar a Israel.
Si bien el “Domo de hierro” es una muestra del talante bélico israelí, su bastión del “90% de efectividad”, algo falló el 7 de octubre con la ofensiva de Hamás que acabó con la vida de 1400 personas. La sorpresividad e intensidad del ataque ―pese a producirse con medios mucho más rudimentarios― produjo que unas Fuerzas de Defensa de Israel confiadas no pudieran dar respuesta con su macro infraestructura.
La guerra en la Franja de Gaza está dejando constancia del desequilibrio: Israel dispone de recursos armamentísticos de última generación, Palestina no tiene un ejército reglamentario. Mientras en 1948 Israel se establecía como Estado independiente con reconocimiento de la comunidad internacional y fundaba sus Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) ―además de empezar ya la carrera armamentística con la creación de la empresa Rafael Advanced Defense Systems Ltd―, Palestina se dividía y no obtenía un establecimiento estatal. En la década de los 90, con la firma de los Acuerdos de Oslo, se crearon estructuras de seguridad palestinas, pero el recorrido del conflicto y la partición geográfica ―cuyo control está bajo diversas facciones y gobiernos― nunca han propiciado una organización militar unitaria para Palestina.
La violencia que trasciende a la artillería
La militarización va más allá de las armas al uso, los soldados, los tanques, los misiles. La militarización está también en la concepción punitiva y de la cultura del pánico. En diversas ocasiones, Israel ha utilizado otro tipo de armas, como en el caso de la guerra de Gaza de 2008: el ejército utilizó fósforo blanco, un químico altamente dañino que viola el Derecho Humanitario. Otro modo de violencia es la llamada “Skunk-Water” es un compuesto de químicos que emiten un olor extremadamente desagradable.
El líquido diseñado por la empresa israelí Odortec es presuntamente no letal y se utiliza para “disuadir multitudes”. Ahora bien, la exposición a la “skunk-water” genera intensos episodios de vómitos, una respiración anormal, dolores abdominales y oculares, irritaciones en la piel e incluso caída del cabello. Su supuesta no mortalidad y los daños permanentes que pueden generar está en debate, como denuncia la escritora y analista palestina Yara Hawari, que, además, junto a diversas voces palestinas, apuntan a que la “Skunk-water” se ha utilizado también para intentar expulsar a familias palestinas de sus casas. Para obligar a los palestinos a desplazarse y así incrementar los asentamientos judíos, Israel impone la destrucción de hogares. El sistema sirve como “castigo ejemplar” y mecanismo para poder requisar más tierras. Esta práctica, la “política de demolición de casas”, no solo “amenaza la existencia del pueblo palestino”, si no que es un “castigo colectivo que viola el derecho humanitario”, denuncia la ONU. Solo en enero del 2023 “Israel demolió 132 edificaciones en la Cisjordania ocupada, 34 eran estructuras residenciales de palestinos”, apunta el informe de Naciones Unidas. Entre los años 2009 y 2019, “Israel ha demolido más de 1.100 estructuras solo en el territorio ocupado de Jerusalén Oriental”, explica Amnistía Internacional mencionando datos de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU. La política que Israel disfraza bajo la premisa de “desmantelar cédulas terroristas”, responde realmente a una dinámica de destrucción masiva. Para Amnistía, “las autoridades israelíes han adoptado medidas arbitrarias y desproporcionadas en nombre de la seguridad para ampliar su control sobre el territorio palestino y expulsar a la población palestina de zonas que consideran estratégicas”.