Mientras los judíos celebraban la Sucot, una fiesta de origen bíblico, milicianos de Hamás perpetraban un ataque terrorista que marcaría un punto de inflexión en la historia. La incursión del brazo armado islamista es de un calibre sin precedentes: el ataque sorprendió a los israelíes por tierra, mar y aire. Fueron asesinados 1400 israelíes, y la respuesta militar ha dejado ya más de 9000 palestinos asesinados.
La escalada de la violencia ha alcanzado un nivel nunca visto. Los palestinos que habitan en la Franja de Gaza sufren un asedio sin comida, agua, electricidad ni combustible. Los hospitales ―uno de ellos, el de Al-Ahli, fue bombardeado― están bajo mínimos, y ya no quedan lugares seguros en todo el territorio. El gobierno de Israel, bajo la premisa de “acabar con el terrorismo de Hamás”, está llevando a cabo una matanza sin precedentes.
Craig Mokhiber, director de la oficina de Nueva York del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, ha presentado su dimisión por la inacción del órgano ante lo que considera un genocidio. “Sé bien que el concepto de genocidio ha sido objeto de abuso a nivel político, per la actual carnicería contra el pueblo palestino […] no deja lugar a dudas”, escribía el abogado de Derechos Humanos en su renuncia. El secretario general de la ONU, António Guterres, declaraba ―tras condenar los ataques―, que la incursión de Hamás “no viene de la nada, sino de 56 años de ocupación”.
¿A qué se refiere Antonio Guterres? ¿Cómo las hostilidades han llegado a esta escala de violencia? Un repaso por la historia del s.XX nos ayuda a descifrar uno de los conflictos más antiguo y complejo de la historia reciente.
Declaración Balfour, las palabras que sentaron cátedra
“El gobierno de su Majestad ve favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y usará sus mejores esfuerzos para facilitar el logro de este objetivo”.
Estas palabras pertenecen al primer documento que respalda el nacimiento de Israel, los judíos lo percibieron como hito fundacional y salvación, los palestinos como ocupación y éxodo.
El 2 de noviembre del 1917 se firmaría la llamada “declaración Balfour” ―que toma su nombre del entonces ministro de asuntos exteriores británico, Arthur Balfour―, dónde el gobierno británico hace llegar a Lionel Walter Rothschild, líder de la comunidad judía en Gran Bretaña, sus intenciones de respaldar la instauración de un estado judío, una reivindicación histórica del sionismo.
Cuando Balfour emitió el documento, hacía tres años que se había iniciado la primera Guerra Mundial, y un año después de la declaración, terminaría el conflicto bélico dónde el Imperio Otomano, al que pertenecía Palestina, vería el fin de su existencia.
Las potencias aliadas, ganadoras de la contienda, se repartieron las tierras del imperio vencido y disuelto. Palestina pasó a estar bajo administración del Reino Unido, es decir, bajo los impulsores de la declaración Balfour. Junto al apoyo del resto de países de la alianza, dieron entonces respaldo al proyecto político sionista.
La demografía como campo de batalla
En 1922 el organismo antecesor de la ONU, la Liga de las Naciones, incluyó la declaración Balfour en el Mandato Británico sobre Palestina. Así fue como el territorio que había quedado bajo control de la potencia europea inició el proceso hacia la instauración de “un hogar nacional para el pueblo judío”.
Bajo el Mandato Británico, la demografía Palestina y su idiosincrasia mutaron. En su origen el país estaba formado por un 90% de población árabe, tal y como apuntan las Naciones Unidas. En el censo del 1922, según datos de Jewish Virtual Library, habitaban en Palestina cerca de 84.000 judíos, un 11% de la población total. Para 1936, los datos de la Jewish Virtual Library cifran en a 384.000 el número de judíos en el territorio, alcanzando el 28% de población total. En apenas 14 años habían llegado 300.000 judíos a Palestina, con una especial intensidad migratoria entre el 1933 y el 1936 debido a que muchas familias judías huían de la persecución nazi, como apuntan investigaciones de Ghassan Kanafani, escritor palestino y co-fundador del Frente Popular para la Liberación de Palestina ―que tuvo un gran peso en la historia del conflicto, ya que, con el tiempo, se convertiría en la segunda entidad más importante dentro de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP)―.
Ya en 1935, el control económico ejercido por la comunidad judía en Palestina era notorio. Controlaban, 872 de las 1212 empresas industriales en la región ―de acuerdo con los datos presentados por Kanafani en 1972 para el Comité para Palestina Democrática―. Este control financiero judío superaba cuatro veces al que estaba en manos árabes. Además, se destaca que el 90% de las concesiones otorgadas por el gobierno británico recaían en manos de la comunidad judía. El estudio también menciona el incremento sustancial en la propiedad rural judía, que pasó de alrededor de 30000 hectáreas en 1929, a 125000 hectáreas en 1930.
Todos estos factores propiciaron que, en 1936, con ya un 28% de población judía en el total palestino y un fuerte control territorial, la tensión desembocara en enfrentamientos.
Revuelta Árabe y la imposibilidad de una convivencia
La tirantez entre comunidades estalló con la llamada Revuelta Árabe. El mismo Alto Comité Árabe, representante político de la población autóctona durante el Mandato Británico, fue el que llamó a la huelga general. La violencia no se hizo esperar. La represión sobre las manifestaciones incrementó el tono hostil de la insurrección, hasta desencadenar episodios de lucha armada. Es entonces cuando se aplica por primera vez una política represiva que ha sido una constante en el conflicto en Palestina: la demolición de casas.
En el primer aniversario de las revueltas, el Gobierno de Londres envió una comisión para intentar encontrar una salida al conflicto. Esta Comisión, conocida por el nombre del lord Peel, que la presidía, llegó a la conclusión de que judíos y árabes no podían convivir en paz, lo que truncaba el ideal del “hogar nacional judío”. El catedrático de Sociología de Medio Oriente, Pedro Brieger, explica en su libro “El conflicto palestino-israelí” que el movimiento sionista actuó de manera ágil al comprender la importancia de establecer numerosas comunidades judías en Palestina en previsión de una futura partición. En un proceso conocido como la operación «Joma umig-dal» (un muro y una torre), compraron tierras en toda Palestina con el objetivo de establecer 52 nuevos asentamientos judíos. Su estrategia apuntaba a lograr la mayoría demográfica en la región.
La Revuelta terminó sofocada en 1939, cuándo la sociedad palestina contabilizaba “5000 muertos, 10000 heridos y 5697 prisioneros. En total, más del 10% de la población asesinada, herida, encarcelada, o partiendo al exilio” como explicita el portal Orient XXI. Además, investigaciones de Eugene Rogan, profesor de historia moderna de Oriente Medio en la Universidad de Oxford, estiman en 2000 el número de casas demolidas en esa primera aplicación de la política represiva que tiene el objetivo de obligar al desplazamiento, imposibilitar el crecimiento demográfico palestino y tener más tierras disponibles para la población judía.
La partición propuesta por la comisión Peel estaba más cerca, y dio lugar a la publicación del “Libro Blanco”, un documento que planteaba elementos como la limitación de la inmigración judía o el freno de la adquisición de tierras por parte de esta comunidad. El horizonte de la autonomía y reivindicación del pueblo Palestino frenó la Revuelta árabe, pero nadie estaba del todo conforme. Especialmente el movimiento sionista, que tomó esta declaración como una vulneración de su derecho otorgado por el mandato británico.
El tinte de militarización de la sociedad judía empezó a tomar forma. Tras la Revuelta, el grado de organización de los grupos armados judíos se va profesionalizando y “mantendría a unas 15000 personas entrenadas en la disciplina militar”, tal y como se especifica en la “Revista Nómadas, Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas”.
“UN partition plan”: una decisión salomónica convertida en catástrofe
La presión sobre los británicos, administradores del territorio, no dejaba de aumentar. Tanto fue así que el sector judío, muy descontento, empezó a tener sectores extremistas que cometieron atentados en Gran Bretaña. Uno de ellos mató al representante británico en Palestina. Reino Unido pasó el testigo de la resolución del conflicto a la Asamblea General de la ONU.
El Holocausto nazi ejerció un profundo impacto en la opinión pública internacional y suscitó una creciente simpatía hacia la causa sionista y la creación de un estado judío en Palestina. La magnitud de la atrocidad cometida durante el Holocausto aumentó la presión para que se estableciera un estado judío en Palestina, con el propósito de proporcionar refugio y autodeterminación a los sobrevivientes de la persecución nazi. En el 1947 ―dos años después de que se rindieran las tropas alemanas y poner fin la Segunda Guerra Mundial―, una comisión especial de la ONU para Palestina aprobó la resolución 181, más conocida como “UN Partition Plan”, que estipulaba la creación de dos Estados con Jerusalén como “territorio neutro”, bajo control internacional.
Los árabes no estaban conformes puesto que sentían el derecho a su propio porvenir vulnerado, violando así la Carta de la ONU. Los judíos no estaban conformes porque veían en peligro su voluntad de establecer el “hogar nacional judío”.
Reino Unido no soportó la presión, así que en mayo de 1948 renunció al Mandato Británico. Sin si quiera un día de demora, los sionistas movieron ficha: “el líder del movimiento judío, David Ben Gurión, declaró la creación del Estado de Israel en conformidad con las fronteras marcadas por el Plan de Partición”, apunta el artículo “Plan de Partición de Palestina” del Instituto de Relaciones Internacionales.
Las milicias judías empezaron a atacar aldeas palestinas, generando así un éxodo de la población autóctona. Los ataques incrementaron tanto que estalló una guerra en toda regla. El pueblo palestino reconoce esta fatídica época como la “Nakba” (catástrofe en árabe): más de la mitad de la población Palestina acabó desplazada permanentemente de sus casas.
La configuración de “la mayor cárcel al aire libre”
Con Israel autoproclamado como estado y el trauma de la Nakba sobre la población Palestina, las fuerzas cada vez se desequilibraron más. El movimiento sionista siguió adquiriendo terrenos y reprimiendo a los autóctonos para ganar la batalla demográfica. Los años siguientes las posiciones se siguieron marcando en base a ello y unos 150000 palestinos vivieron bajo la ocupación militar del recién nacido Israel.
El 5 de junio de 1967, en el transcurso de la Guerra de los Seis Días contra una coalición de ejércitos árabes, Israel tomó control de lo que quedaba de la Palestina histórica, abarcando la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Oriental, los Altos del Golán sirio y la península egipcia del Sinaí.
La “Naksa” (revés en árabe) fue su consecuencia, la población palestina fue sometida a un nuevo desplazamiento masivo. La discriminación sobre los árabes se tradujo en que la ocupación militar reprimía sus formas de expresión políticas, sin embargo, los israelíes vivían con todas las ventajas de ser ciudadanos del nuevo estado.
Fue entonces cuando la conocida Franja de Gaza empezó a convertirse con el lema bajo el que se reconoce: “la mayor cárcel al aire libre”. Con controles militares estrictos, la Franja inició un proceso de erigirse como un gueto de palestinos en la ya ocupada Palestina.
Previamente a la Naksa, en 1964, nace la Organización de Liberación Palestina (OLP). La coalición de movimientos políticos y paramilitares se erigió como brazo armado de la lucha Palestina y acabó siendo crucial: a partir de octubre de 1974, la Liga Árabe reconoció a la OLP como la única entidad legítima de representación del pueblo palestino.
Este respaldo se tradujo en un reconocimiento de alcance internacional, ya que, en ese mismo año, la Asamblea General de las Naciones Unidas le otorgó a la OLP el estatus de observadora, consolidando su papel en la arena global como el portavoz oficial del pueblo palestino. Este hecho se dio en un contexto complejo: poco antes, entre el 6 y el 25 de octubre de 1973, se desató un enfrentamiento bélico de gran envergadura.
La Guerra del Yom Kipur, también reconocida como la Guerra de Ramadán, enfrentó a Israel con una coalición de naciones árabes, encabezada principalmente por Egipto y Siria. El conflicto tomó su nombre del día más sagrado en el calendario judío, el Día de la Expiación o Yom Kipur, fecha en la que los beligerantes árabes lanzaron ataques sorpresivos con la intención de recuperar territorios perdidos ante Israel durante la Guerra de los Seis Días en 1967.
Aunque los cambios en las fronteras no fueron drásticos, la Guerra del Yom Kipur dejó una huella indeleble en la política regional. Sus repercusiones llevaron a una serie de negociaciones subsiguientes en busca de acuerdos de paz.
Primera Intifada, la confrontación de piedras contra tanques
Un accidente entre un camión israelí y un coche palestino -cuyos ocupantes murieron-, desató una nueva tragedia en octubre de 1987. Marcó el inicio de la primera intifada: jóvenes palestinos armados con piedras contra tanques israelíes. Como explica el libro “The Roudlege Handbook on the Israeli-Palestinian conflict”, el choque de los vehículos solo fue la última chispa de algo mucho mayor: “El efecto acumulativo de décadas de fuerzas militares asimétricas, derrotas, expropiaciones de tierras, pobreza y ocupación, fueron el caldo de cultivo para una revolución”, menciona sobre la Primera Intifada. Las protestas se extendieron rápidamente y llegaron a Cisjordania. En el primer aniversario de la intifada, el 1988, la OLP -liderada por Yasser Arafat- declaró la independencia de Palestina con un gobierno en el exilio.
Piedras contra tanques simbolizan la asimetría, y los cinco años que duraron las revueltas causaron más de 1300 muertos palestinos y una dura política represiva del ejército israelí, comandado por el entonces Ministro de Defensa Yitzhak Rabin. Los protestantes fueron sometidos a ejecuciones sumarias, huesos rotos y todo tipo de torturas tal como recogen diversos testimonios para Al Jazeera. Durante la primera intifada se gestó el movimiento Hamás, una rama de los Hermanos Musulmanes, que participó en la confrontación como actor armado.
Un espejismo de paz con los Acuerdos de Oslo
Lejos de Palestina se empezó a gestar el acercamiento. De 1993 a 1995 se negociaron unos acuerdos sin precedente en Noruega: la paz podía ser una realidad. Yasser Arafat, líder de la OLP, y Yitzhak Rabin, en ese momento primer ministro del gobierno israelí, se reconocieron como interlocutores para la búsqueda de una resolución. Las conversaciones dieron lugar a un hito: los Acuerdos de Oslo.
En ellos, Rabin accedía a devolver Cisjordania y Gaza, retrocediendo la ocupación militar. Por su parte, Arafat aceptaba el reconocimiento del pueblo israelí. Fruto de los Acuerdos se formó la Autoridad Palestina (AP), un modelo de autogobierno para la gestión de los territorios y la retirada militar.
Pero el conflicto cargaba una mochila demasiado grande. Estaba arraigado en la religión, en la sociedad, en los modos de vida, en el imaginario de los pueblos. Su propia complejidad dilapidó los Acuerdos: resolución diplomática y aprobación social no fueron de la mano. Dentro del propio sionismo se generaron posiciones dispares, y los más extremistas acabaron con la vida de Rabin, visto por estos como una suerte de “traidor”.
Asesinada la figura de poder israelí firmante de los Acuerdos, se abría un escenario incierto. La convocatoria de elecciones consiguientes en 1996 dio la victoria a Benjamin Netanyahu. Representaba al sector más hostil contra los Acuerdos de Oslo, así que el fracaso que se veía venir llegó. Israel suspendió los compromisos y sembró la entre los palestinos.
El fracaso de los Acuerdos y la Segunda Intifada
En este contexto estalló una segunda intifada. Esta vez el detonante fue la visita en el año 2000 del líder del Likud ―partido de derechas de Israel― a la Mezquita Al-Aqsa, ubicada en Jerusalén ―lugar controvertido puesto que su control quedaba en disputa tras las malogradas negociaciones de paz―. Para los palestinos fue un acto de provocación. Volvieron las protestas y los enfrentamientos.
La política de demolición de casas, una constante en el desarrollo del conflicto, volvía a estar muy presente: Amnistía Internacional en un informe de 1999 denunciaba esta práctica, que se cometía de manera sistemática e impune. La población desalojada sin previo aviso se veía obligada a desplazarse mientras el movimiento sionista ganaba terreno: volvieron a levantar asentamientos en zonas que estaban bajo control de la Autoridad Palestina. La economía e infraestructuras palestinas se vieron especialmente afectadas durante las revueltas, que terminaron en 2005: un año antes murió Yasser Arafat, propulsor de los Acuerdos de Oslo.
Por primera vez, los palestinos votaron en elecciones generales. Pero el arraigo del conflicto era tan inabarcable que afectó a las propias dinámicas internas. Se desencadenó una guerra entre Hamás ―la rama de Hermanos Musulmanes que se gestó en la primera intifada― y Fatah ―organización política-militar fundada por el fallecido Yasser Arafat e integrada en la OLP―. La partición de la propia Palestina se hizo realidad: Hamás echó de la Franja a Fatah, y Fatah ―principal partido de la Autoridad Palestina― se quedó con el control de diversas partes de Cisjordania.
Siglo XXI, el ciclo de las sucesivas guerras de Gaza
Tras tildar de terrorismo a Hamás, en 2007 Israel encontró la premisa para imponer un bloqueo total sobre la Franja de Gaza. Desde entonces, las hostilidades en la zona han sido constantes.
En 2008 las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) lanzaron la “Operación Plomo Fundido”: bombardeos que dejaron al menos 1300 muertos palestinos. Se estima que más de la mitad eran civiles. El ejército israelí utilizó fósforo blanco, un producto químico altamente dañino que viola el Derecho Humanitario.
Cuatro años después, en 2012, llegó otra ofensiva israelí, la “Operación Pilar Defensivo”. Murieron más de cien civiles. 2014 fue el año de la “Operación Margen Protector”, donde murieron 2205 palestinos ―con más de 1500 civiles―. El último gran ataque militar de las Fuerzas de Defensa Israelíes antes de los sucesos de 2023 fue en 2021, “Espada de Jerusalén”, con un total de más de 200 fallecidos.
El ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre de 2023 sería el desencadenante de un nuevo ciclo de violencia, esta vez, con pronóstico especialmente catastrófico. “Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia», declaraba Yoav Gallant, ministro de Defensa de Israel. Las cifras de fallecidos continuarán ascendiendo en su camino hacia el genocidio.