El fuego arrasa. Desmoronado, suelto, desarticulado,
Los muros de piedra, el espacio dormido
De eco en eco despertando a la temible explosión,
Como un golpe fatal, ruedan en pedazos.
Olavo Bilac
El incendio que se declaró en Odemira a principios de agosto de 2023 habrá consumido 8.400 hectáreas de matorral y bosque y dejado un rastro de destrucción a su paso.
«Fue una época muy difícil, había fuego en todos los frentes», recuerda Cláudia Candeias, presidenta de la Asociación Arco do Tempo, que gestiona la Reserva do Burro en esta región asolada por el incendio, que comenzó el 5 de agosto y duró cinco días. También hubo una llamarada el día 13, que fue controlada ese mismo día.
«Fue terrible, salimos de la reserva con los burros y caminamos unos 4 kilómetros hasta el camping de S. Miguel. Se oían explotar las bombonas de gas, había mucho humo, temíamos por los animales porque les costaba respirar», cuenta Cláudia Candeias.
¿Un largo camino por recorrer?
Los incendios rurales no son un fenómeno nuevo en Portugal ni en el sur de Europa; sin embargo, desde la década de 1970, con la profunda transformación del país debido al abandono rural, la despoblación del interior y el envejecimiento de la población, han aumentado en frecuencia, tamaño e intensidad. Ante esta realidad, urge reforzar la apuesta estratégica por la prevención, apalancada en la educación, la valorización del medio rural, la gestión forestal y la ordenación del territorio. «Todavía queda un largo camino por recorrer para sensibilizar a los propietarios sobre la gestión del combustible (vegetación), así como sobre la necesidad de una intervención estratégica en los mosaicos paisajísticos», reconoce Raquel Silva, concejala de Odemira.
La violencia y la extensión de los incendios rurales en los últimos años han consumido miles de hectáreas de bosque. «Hay que poner en valor las zonas rurales para que los que viven en ellas, y los que quieren instalarse, puedan beneficiarse de los productos derivados de la gestión agrícola y forestal. Esta gestión variada podría romper la gran continuidad de la vegetación que ha resultado del abandono rural.
De esta forma creamos oportunidades para cambiar el comportamiento de los incendios, reduciendo su intensidad y sus impactos negativos, y permitiendo a las brigadas y bomberos extinguir los fuegos de forma más segura», afirma Conceição Colaço, investigadora del CEABN en el Instituto Superior de Agronomía, voluntaria de ASPEA.
Es esencial que los agentes de protección civil coordinen acciones educativas para que las comunidades reconozcan la importancia de preservar los bosques, los ecosistemas naturales y la biodiversidad, con el fin de concienciar sobre las necesidades ecológicas que requiere nuestra sociedad», añade la consejera Raquel Silva.
Entre los diversos impactos de los incendios rurales, la emisión de CO2 a la atmósfera debida a la combustión de la vegetación contribuye, por término medio, a entre el 10% y el 30% del total emitido en Portugal cada año, según diversos estudios.
Según el Informe sobre el Estado del Medio Ambiente de Portugal, «los incendios rurales son uno de los principales obstáculos para la sostenibilidad del bosque y sus ecosistemas asociados, causando su degradación, así como un desequilibrio en la provisión de bienes y servicios, tanto de naturaleza económica y social como medioambiental.»
Raquel Silva, concejala de Odemira, explica que ahora, «las asociaciones pueden y deben ayudar en la reforestación, teniendo en cuenta la experiencia y los conocimientos de sus voluntarios, que siempre serán una ventaja en los programas de reforestación, así como en la reorganización del territorio en términos de mosaicos paisajísticos.»
Educación ambiental para prevenir los incendios rurales
Tradicionalmente, la educación ambiental se ha centrado en los comportamientos de riesgo, insistiendo en la necesidad de no quemar, no fumar, no hacer hogueras, no tirar basura en el bosque. Sin embargo, aunque todas estas acciones pueden provocar incendios, sólo se inician si la vegetación está muy seca, lo que depende totalmente de la meteorología. Por lo tanto, debemos dar el salto y aumentar la alfabetización sobre el clima y sus efectos en la vegetación, porque es la sequedad de la vegetación, combinada con la falta de intervención en la tierra, lo que conduce al inicio de incendios que pueden dar paso a vastas áreas quemadas con grandes impactos en nuestra sociedad y ecosistemas, explica Conceição Colaço.
Reconocer las señales que nos da el clima (falta de humedad, temperatura y viento), conocer las alertas de riesgo a nivel nacional y conocer el estado de la vegetación permite reducir los incendios que se inician con el uso de maquinaria, hogueras, barbacoas y otros usos del fuego. La labor educativa debe realizarse antes de los «meses de verano», pero no hay que olvidar que la sequedad y el viento, incluso en invierno o primavera, pueden provocar incendios, añade Conceição Colaço.
Junto a ello, «es importante dar a conocer el bosque, tanto el autóctono como las plantaciones, con una visión holística de sus beneficios ambientales, sociales y económicos». En una población mayoritariamente urbana, la Educación Ambiental tiene el papel crucial de dar a conocer las necesidades del mundo rural y sus prácticas. El consumo de productos procedentes de actividades que promueven la gestión de la vegetación es algo que debería promoverse en el ámbito de la Educación Ambiental. Por ejemplo, los ganaderos extensivos de caprino, ovino y vacuno promueven la gestión de la vegetación al reducir el riesgo de incendios. De esta forma, comprar carne de estas explotaciones, yogur, queso, requesón, ayuda al productor a mantener una actividad que gestiona la vegetación en un territorio cada vez más despoblado», afirma la investigadora.
Tanto a nivel nacional como internacional, la causa común de los incendios es el clima y el abandono rural, a menudo debido a la pérdida de valor de las actividades agrícolas y forestales. Conceição Colaço afirma que a nivel europeo se ha debatido, tanto en las más altas instituciones como a nivel de investigación, sobre la necesidad de valorizar el territorio, de intervenir en la vegetación a nivel de paisaje, promoviendo la prevención activa en el territorio. Sensibilizar a la población europea sobre el valor de las prácticas rurales, no sólo en términos de protección del medio ambiente, sino también económicamente, es también uno de los grandes objetivos de la Educación Ambiental.