Todos sabemos dónde está Mesopotamia por haberla estudiado en la escuela como cuna de la civilización mediterránea, donde nació la escritura: el vasto territorio entre el Tigris y el Éufrates, la media luna fértil, habitada por los sumerios, los medos, los asirio-babilonios.
Y seguro que hemos leído la historia de Mahsa Amini, la joven iraní asesinada en 2022 por la policía religiosa de Teherán porque se le había escapado un mechón de pelo del tocado.
Pero ¿qué tienen en común?
Mahsa Amini era kurda y Mesopotamia era la tierra de sus antepasados.
Era.
Porque hoy, más de seis mil años después de la edad de oro de aquella antigua cultura, los descendientes de aquellos pueblos no encuentran su lugar en el mapa del mundo y se ven obligados desde hace más de un siglo a una de las diásporas más numerosas, dolorosas y duraderas de los últimos cien años.
El Kurdistán, su tierra, se extiende por seis Estados de Oriente Próximo y Asia: Turquía, Siria, Irán, Irak y, en menor medida, Armenia y Azerbaiyán. No hay cifras precisas sobre la población kurda actual: se calcula que en el Kurdistán viven unos 80 millones de personas, más unos 35 millones de kurdos que viven en el resto del mundo y cinco millones en Europa.
Son «un pueblo sin Estado» y desde hace más de dos siglos persiguen el sueño de reunirse en la tierra que perteneció a sus madres y padres, donde aún hoy vive la mayoría de ellos. Su tierra, sin embargo, está atravesada por las fronteras de varias naciones «modernas», más modernas que su historia milenaria sobre la que se ha impuesto la «modernidad», y es por ello por lo que los kurdos han entrado en conflicto con los Estados en los que se encuentran y están atrapados entre las tenazas de una férrea colonización, sobre todo por parte de Turquía, que de diversas maneras los persigue llevando a cabo una verdadera limpieza étnica.
Una dinámica que recuerda en muchos aspectos a otra colonización que es mucho más noticia: la de Israel sobre Palestina.
La persecución de los kurdos por Turquía
En realidad, Mahsa Amini no se llamaba así: su verdadero nombre era Jîna Emînî, en kurdo (en persa مهسا امینی ).
Privar a las personas de su identidad cambiándoles sus nombres por los correspondientes nombres turcos forma parte de la estrategia de limpieza étnica aplicada por Turquía, que no sólo cambia los nombres, sino que también prohíbe a las personas hablar en su lengua materna, además de perseguirlas por motivos étnicos y bombardear sus tierras.
La opresión de Turquía se intensificó en 2016 tras el fallido golpe de Estado que intentó derrocar al gobierno de Recep Tayyip Erdoğan, quien, tras recuperar el control, intensificó la persecución contra los kurdos, deteniendo a miles de personas, especialmente entre las figuras culturales más brillantes -académicos, periodistas, activistas, feministas-, cerrando sus periódicos y perfiles sociales.
La guerra siria
La situación no es más sencilla en Siria, donde los kurdos, que en un principio llegaron a enfrentarse al ejército del dictador Bashar al Assad, fueron luego utilizados para luchar contra el Isis, el Estado Islámico conocido en Occidente por atentados terroristas como el perpetrado contra la redacción del diario parisino Charlie Hebdo.
De hecho, fueron los kurdos uno de los adversarios más tenaces, organizados y capaces del Isis, conquistando por la fuerza de las armas territorios estratégicos que habían sido invadidos por las milicias del Estado Islámico. Entre ellos, Rojava, territorio del noreste de Siria, donde la ciudad de Kobane, defendida con armas por mujeres kurdas en 134 días de asedio, se ha convertido en el símbolo del movimiento por la independencia del Kurdistán.
En realidad, fueron principalmente las mujeres las que organizaron la resistencia contra el Isis y sentaron las bases de una nueva organización llamada «Confederalismo Democrático», fundada sobre los principios de «Mujer, Vida, Libertad». ¿Le suena?
Así es: es el lema del movimiento nacido en Irán y extendido por todo el mundo tras el asesinato de Jîna Emînî alias Mahsa Amini.
El origen de ese movimiento y de ese eslogan -en kurdo, Jin, Jîyan, Azadî- está enraizado en la lengua y la cultura kurdas y no sólo trata de Irán y de las libertades fundamentales de todos los seres humanos, incluidas las mujeres, sino que también (o mejor dicho, sobre todo) trata de la liberación de toda opresión y colonización. Sin embargo, los medios de comunicación occidentales han transmitido la idea de que se trata de un movimiento iraní para la liberación de la mujer y no de una revolución cultural más amplia que incluye también la autodeterminación del pueblo kurdo, perseguido en todos los Estados en los que está arraigado y obligado a la diáspora.
¿Qué tienen que ver los kurdos con la guerra de Ucrania?
La experiencia de las luchas de las mujeres kurdas contra el Isis ha revigorizado el movimiento por la autodeterminación de los kurdos, quienes, siguiendo las teorías de Abdullah Ocalan, fundador del Partido de los Trabajadores del Kurdistán PKK, tachado por Turquía -que condenó a cadena perpetua a su fundador- de organización terrorista, promulgaron en 2014 el «Contrato Social de Rojava»: se trata de un verdadero pacto entre las regiones o «cantones» del noreste de Siria, que se proclamaron autónomas y se organizaron en una confederación.
Este viento de libertad no gustó a Turquía, que reanudó los bombardeos contra las regiones kurdas de Siria desde 2019 hasta la actualidad.
Y en eso estamos hoy: es precisamente en la cuestión kurda donde pende la balanza entre Estados Unidos y Rusia. De hecho, en la mesa de negociaciones para ampliar la OTAN a Suecia y Finlandia, Erdogan, el primer ministro turco, ha expresado una opinión negativa, poniendo como condición el fin del suministro de armas a los combatientes kurdos en Siria y la extradición de algunos activistas kurdos del PKK, que escaparon de la persecución turca y fueron acogidos como refugiados políticos por los países escandinavos. Las exigencias de Erdogan fueron aceptadas y así Turquía retiró su veto, convirtiéndose en la aguja de la balanza en la guerra fría entre Estados Unidos y Rusia, ya que ahora Suecia y Finlandia podrán ingresar en la OTAN, que en el norte de Europa extenderá sus fronteras hasta Rusia, mientras que en el sur tendrá a Turquía, que actuará como mediadora, por un lado, para la paz entre Rusia y Ucrania y, por otro, para la paz entre Israel y Hamás (los terroristas de Palestina), reforzando así su poder y aplastando a los kurdos. Cada vez más oprimidos, ante el silencio de Occidente.