Eran tiempos difíciles y casi no se desperdiciaba nada. Las pocas sobras de las comidas o de la cocina se distribuían entre los animales o iban a parar al montón de compost para fertilizar de nuevo la tierra. El plástico era todavía una novedad, más común en las zonas urbanas, y en las tiendas de comestibles se compraban alimentos a granel, en paquetes de papel de mantequilla, que también se utilizaban para envolver pescado, jamón o chorizo. Las bebidas se vendían en botellas de cristal, que se guardaban religiosamente para devolverlas a su lugar de origen y recuperar el valor del envase, y el pan se colocaba en bolsas de tela que cada cliente llevaba consigo. Los zapatos se reparaban en el zapatero, la ropa se remendaba en la modista y era reutilizada por los distintos miembros de la familia.
Así se vivía en mayor armonía con los ciclos de la naturaleza, con algunas carencias pero sin excesos. Sin excesos de consumo y sin excesos de despilfarro, incluido el despilfarro de alimentos.
De la antigüedad a la modernidad
Hoy en día, se calcula que el desperdicio de alimentos en el mundo alcanza niveles absurdos, correspondientes a alrededor de un tercio de lo que se produce, con el agravante de que gran parte de estos residuos acaban sus días en vertederos o basureros, donde ocupan espacio y no se aprovechan.
Irónicamente, aunque ya hemos conseguido crear inteligencia artificial y hacer viajes privados al espacio, aún no hemos logrado resolver el problema del desperdicio de alimentos y el hambre en el mundo.
Con una gran parte de la población viviendo en centros urbanos, donde las tierras de cultivo, los jardines y los patios traseros han dado paso a las carreteras y la construcción, los residuos alimentarios acaban su vida en el vertedero o el basurero. De este modo, se interrumpe el ciclo de la materia orgánica y se pierden los nutrientes tan necesarios para enriquecer el suelo. Por otro lado, estos residuos contribuirán a agravar el problema del cambio climático, debido a la consiguiente emisión de gases de efecto invernadero.
Los biorresiduos forman parte de nuestra vida cotidiana. Están presentes cada vez que preparamos los alimentos para una comida y cuando tiramos las sobras. Por término medio, constituyen casi el 37% de nuestro cubo de «basura normal». Al degradarse, provocan olores desagradables; la mezcla con otros materiales (por ejemplo, envases, papel y cartón, textiles), que muchos siguen depositando en la basura normal, la contamina y dificulta su separación en las líneas de clasificación; y, sobre todo, suponen la pérdida de un importante recurso -los nutrientes- que podría destinarse a los suelos agrícolas y forestales nacionales.
¿Qué se ha escrito sobre el tema?
En un intento de revertir esta situación, se han elaborado directrices políticas por parte de la Comisión Europea y se han defendido diversas estrategias para promover la economía circular, la separación de biorresiduos y la práctica del compostaje, tanto a nivel doméstico como industrial.
Por otro lado, el ODS 12 (Producción y Consumo Sostenibles) de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 propone un conjunto de medidas relevantes para este Plan, entre las que destacan:
-Reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita en todo el mundo;
-Reducir sustancialmente la generación de residuos mediante la prevención, la reducción, la reutilización y el reciclaje.
En diciembre de 2019, la Comisión Europea presentó «el Pacto Verde Europeo (PVE)”, con el objetivo de transformar la Unión Europea (UE) en una economía moderna, eficiente en el uso de los recursos y competitiva, clave por tanto para implementar la Agenda 2030 y los ODS».
Una de las principales bases del Green Deal europeo es el nuevo Plan de Acción para la Economía Circular (PAEC), publicado en marzo de 2020, una hoja de ruta para un crecimiento ambientalmente responsable y socialmente justo, que propone medidas a aplicar a lo largo del ciclo de vida de los productos, con el objetivo de preparar la economía para un futuro verde, reforzar la competitividad (protegiendo al mismo tiempo el medio ambiente) y otorgar nuevos derechos a los consumidores, según el Plan Estratégico de Residuos Urbanos (PERSU 2030).
PERSU 2030 también afirma que «basándose en el trabajo realizado desde 2015, cuando se publicó el primer PAEC, el nuevo PAEC se centra en las fases de diseño y producción en una economía circular, con el fin de garantizar que los recursos se mantengan en el sistema de producción y consumo durante el mayor tiempo posible, concretamente a través de medidas en sectores con un alto potencial de circularidad (electrónica, envases, plásticos, alimentos, textiles)». Otra de las principales acciones del EEP es la estrategia «del prado al plato», cuyo objetivo es crear un sistema alimentario justo, sano y respetuoso con el medio ambiente, concretamente reduciendo las pérdidas de alimentos y fomentando circuitos cortos de producción y consumo, o favoreciendo la regeneración de nutrientes y materia orgánica en el suelo.»
¿Qué podemos hacer?
Al avanzar hacia la recogida y recuperación de biorresiduos, reducimos nuestra dependencia de vertederos e incineradoras, descarbonizamos la sociedad, optimizamos la eficiencia del reciclado de envases y cartón, reducimos el uso de fertilizantes sintéticos y promovemos mejoras en la calidad de nuestro suelo. Mientras que el compostaje doméstico se practica con más frecuencia en las zonas rurales, el compostaje industrial por digestión anaerobia ya es una realidad en las zonas urbanas en algunos centros de gestión de residuos y permite producir grandes cantidades de compost y también biogás para su uso en la red eléctrica nacional.
Los responsables políticos y las autoridades locales en particular se enfrentan, por tanto, al reto de crear estrategias y metodologías realistas y viables que promuevan la economía circular de la materia orgánica en la sociedad. Hablamos, por ejemplo, de la recogida selectiva puerta a puerta, la distribución de compostadores domésticos, la instalación de compostadores comunitarios y la organización de actividades de formación y sensibilización en las escuelas y entre los residentes. Para que esto sea una realidad, es importante implicar a los ciudadanos, concienciarlos de la importancia de recuperar los biorresiduos y de las ventajas que esto representa para el medio ambiente, la economía y la población en general.»La sensibilización y la educación ambiental desempeñan un papel fundamental, ya que los buenos resultados posteriores se derivan y dependen en gran medida de un cambio de comportamiento que conduzca a una ciudadanía ambiental activa e implicada. A esto se suma la articulación con la visión, objetivos, metas y medidas de otros planes de referencia para este sector», reza PERSU 2030.