“You got my heartbeat racing, my body blazing (Haces que mi pulso se acelere / mi cuerpo ardiendo)… I feel the rush, addicted to your touch (siento la adrenalina / adicto a tu contacto)”. Excitación, euforia, lívido, sudor. Inhibición. Troye Sivan, artista pop, retrata toda la vorágine de sensaciones en su canción “Rush”. El carácter homoerótico del tema dialoga con el subtexto alusivo al popper.
Atravesado por un rayo rojo imponente, como la cara de David Bowie, y envuelto en un color amarillo llamativo e intenso, más intenso que el propio líquido amarillento que contiene el bote. 9ml para el small, 30ml para el XL, versión clásica, versión súper, versión gold. Rush es la marca insignia del popper, la droga tendencia cuyo efecto dura lo mismo que un Tik Tok. Abre el bote, tápalo con el dedo cuando no estés inhalando, que se pierde el vapor. Tapa un orificio nasal y acerca el popper al otro, sin pasarte, que si no quema la piel. Inhala y vuelve a tapar. El vapor de nitrito de amilo entra al cuerpo, se enrojece la cara y se produce en el cuerpo una llamarada como la de un fósforo al prenderse, y de igual modo, de seguida se apaga. Durante unos segundos aflora en un éxtasis que luego se evapora entre la nada.
El cóctel perfecto para la cultura de la inmediatez
El nitrito de amilo, nombre formal del popper, empezó comercializándose en farmacias como tratamiento para la angina de pecho por ser vasodilatador. Los efectos narcóticos que producía inhalar el vapor del líquido hicieron que pronto se le empezara a dar otros usos, y que en Londres la venta descontrolada acabara llevando a la alarma de la Pharmaceutical Society a mitad de los setenta. Paralelamente, en Estados Unidos, la vida nocturna olía a disolvente de pintura: Rush tomaba impulso con su estrategia de marketing. La publicidad se dirigía a revistas gais o de la cultura del cuero de aquella época, como es el caso de la revista Drummer. Era un secreto a voces que los compradores de Popper eran hombres homosexuales, pero nunca se había apelado a ello.
Bajo el pretexto de ser un “ambientador de interiores” y otras triquiñuelas ante los entes reguladores sanitarios mosqueados, el popper inició su paso a los anales de la historia.
“Aumenta la excitación sexual y relaja los esfínteres. Ésta es la principal razón por la que lleva utilizándose en el ambiente gay desde los años setenta, cuando vivió su mayor auge en las discotecas de Nueva York, y posteriormente se extendió a raves y fiestas”, explica un informe del Plan Nacional sobre Drogas.
El estigma hacia el sexo anal (y por consecuencia, hacia la comunidad gay) se incrementa en los noventa con la llegada del VIH. El desconocimiento hizo de las suyas, asociando hombres que tienen sexo con hombres (HSH), popper y enfermedad bajo el mismo foco criminalizador: “al principio de la epidemia del sida hubo ciertos estudios que relacionaron el poppers con el desarrollo del sarcoma de Kaposi (uno de los cánceres definitorios de sida más prevalentes). No obstante, muchos estudios posteriores han demostrado que estas asociaciones no están basadas en suficientes evidencias y, por tanto, se han desestimado”, explica un estudio del Grupo de Trabajo sobre Tratamientos del VIH.
El popper siempre ha tenido una gran carga simbólica alrededor, pero nada en el sexo es patrimonio de nadie: ni las conductas, ni las prácticas, ni el uso de drogas. Sobre el popper, el informe del Plan Nacional de Drogas puntualiza que “actualmente es utilizado también por heterosexuales, principalmente por sus efectos en la esfera sexual”.
Circuito de Montmeló (Circuito de Barcelona-Cataluña). 10 de setiembre de 2023. Se celebra al aire libre ―en el mismo sitio dónde unos meses atrás Verstappen se hizo con la victoria del Gran Premio de F1― la primera edición de un macrofestival que haría sold out.
― Huele a pies, ¿nos movemos?
― ¿Qué?
― Bueno como a pintura podrida, no sé, igual hemos pisado mierda, mirad los zapatos, porque me lleva viniendo el tufo toda la noche.
― Creo que no es lo que piensas
[Se deshace el corrillo de chavales en círculo al lado]
― Hey, ¿queréis?
“Cuando haces ‘pop’, no hay stop, hay un pesa’o, qué puto horror”, canta Ben Yart en su tema “Popper”. El estribillo de la canción, nada más lejos de la realidad: “Nos ofrecen Popper, nos ofrecen Popper”. La adhesión al popper es como HerbaLife, quien tiene, ofrece a quien sea ―la euforia hace florecer la solidaridad―. Como si el señor Rush diera comisión por generar nuevos afiliados para alimentar una estafa piramidal. El popper tiene los ingredientes que han cocinado su democratización: barato (por unos 8 euros tienes un bote de 10ml) y accesible (puedes comprarlo online). También tiene los ingredientes para haberse convertido en tendencia: es el colocón rápido, al momento, sin tiempos de espera y sin prolongación, el cóctel perfecto para la cultura de la inmediatez.
Un vapor global que se cierne sobre los cielos con la llegada de la noche
El popper como tendencia conlleva resignificados, y es que los hombres gays que acudían a esas farmacias londinenses a mitades de los setenta, ahora son cualquier perfil de persona añadiendo el nitrito a la cesta de la compra online al señor Bezos. Los usos asociados al chemsex se han diluido: gran parte de los consumidores son jóvenes que simplemente quieren un chute de algo rápido en una noche de juerga. “Notas como si te subiera toda la sangre al cerebro y la temperatura, de repente tienes como un pico de euforia”, cuenta A, un joven consumidor de popper en contexto de ocio nocturno. “Al momento te sirve para tirar adelante con la fiesta, pero el efecto es cortísimo”, añade.
Sobre los efectos a corto plazo, como podría ser el día siguiente, no apunta a ningún patrón específico más allá de la propia resaca del alcohol: “yo nunca he notado nada, aunque supongo que igual también depende de las veces que te metas durante la noche”, explica, añadiendo que conoce a alguien a quien normalmente le produce dolor de cabeza. En esta línea, otra joven consumidora de popper, cuenta que una vez que inhaló de manera muy repetida, al día siguiente sentía como si constantemente tuviera ganas de defecar. “La gente se lo va metiendo varias veces durante la noche por la sensación de placer que te proporciona”, puntualiza A.
La accesibilidad, inmediatez y falta de “consecuencias” ―a diferencia de, por ejemplo, la característica “bajona” asociada al cristal o la cocaína― facilitan que se perciba como algo “blando”, y a su vez ello fomenta la normalización.
Sin embargo, al igual que todo lo presuntamente inocuo, el consumo regular de nitrito de amilo tiene consecuencias a largo plazo como pueden ser lesiones neurológicas, depresión respiratoria, metahemoglobinemia (un cuadro de desoxigenación de la sangre) y anemia (destrucción de glóbulos rojos), como apunta el Servicio Gallego de Salud.
El regreso del popper en forma de moda ―nunca se fue del todo―, le destripa de su primera función, un vapor que circulaba en la endogamia de las conexiones del circuito queer, para pasar a ser el protagonista de cualquier pista de baile, en las manos de cualquier persona. Su dispersión lo convierte en un vapor global que se cierne sobre los cielos con la llegada de la noche. Para Adam Zmith, autor de “Inhalación Profunda: historia del popper y futuros queer”, es más una cuestión del futuro que del pasado ―o del presente―. Quizás radica en la sensación de que, durante el chute, todo es posible: “inhalamos de nuestras botellitas porque queremos liberarnos de nuestros cuerpos […] el futuro es en quien nos convirtamos en los próximos cuarenta y cinco segundos”