El estudio de Ipsos LGBT+ Pride 2023 dató un 9% de población total del colectivo entre los 30 países encuestados. España es donde es más probable que los encuestados digan que son gay o lesbianas (6 %), siendo el segundo país con más población LGBT, un 14%, dato que se dispara entre los jóvenes, con un 18% del total: se podría decir que la Gen Z es la menos heterosexual de la historia.
Del informe de Ipsos, un punto conclusivo relevante es que “los hombres son más propensos que las mujeres a identificarse como gay/lesbiana/homosexual (4 % frente al 1 % en promedio a nivel mundial)”. Si bien los avances sociales y políticos incentivan que cada vez existan menos armarios y la gente se identifique como parte del colectivo con menos tapujos, las dinámicas de género producen que para las lesbianas sea más complejo posicionarse. “La abreviatura que los hombres homosexuales y las lesbianas comenzaron a usar para su comunidad era ‘GLBT’, que comenzaba con la G, lo que solo enfatizó el descontento que las mujeres lesbianas sentían acerca de su lugar en la comunidad”, desarrolla la Dra. Jill Gover, ex-profesora de Historia LGBTIQA+ de la California State University.
En el contexto de la segunda mitad del siglo XX, las disidencias sexuales y de género iban tomando cuerpo político en una sociedad que les marginaba sistémicamente, y en cuánto más solidez tomaba el movimiento por los derechos del colectivo, las lesbianas fueron necesitando nuevos espacios para crear sus identidades. Gover menciona un factor importante, y es que “las mujeres sentían que los hombres homosexuales eran sexistas y se comportaban como lo hacían los demás hombres en ese momento, lo cual, era una forma de marginarlas. Incluso había grupos de lesbianas que querían separarse y no tener nada que ver con los hombres homosexuales”.
Las hermanas de sangre
En los años 80, con la llegada de la epidemia del SIDA a Estados Unidos, se empieza a reformular la relación entre las distintas letras del colectivo. Durante ese periodo, ciertos grupos dentro de la comunidad lésbica adoptaron una postura activa frente a la epidemia, reinterpretando la crisis como un asunto de índole política y social en oposición a la normatividad heterosexual, acercando así posiciones. Un conjunto de enfermeras, conocidas como las Blood Sisters (hermanas de sangre), se dedicaron al cuidado de pacientes con VIH en entornos hospitalarios. También lideraban campañas para promover la donación de sangre, asegurando así un suministro adecuado para satisfacer la creciente demanda de transfusiones. Estas iniciativas lograron atraer a más de 200 mujeres que se unieron a la causa de la donación, motivadas no solo por razones médicas, sino también por la fuerza del gesto simbólico de solidaridad: ellas intervinieron cuando las restricciones impuestas por las autoridades excluyeron a los hombres de la comunidad de participar en las campañas de donación.
Fueron las Blood Sisters las que encabezaron las vigilias de cuidado, dejando a las mujeres lesbianas al frente en los pabellones de hospitales. Esto no solo fortaleció a la comunidad, sino que también contribuyó a contrarrestar el estigma que pesaba sobre los hombres gay hasta avanzada la década de los 90, cuando los primeros tratamientos para el VIH empezaron a ser accesibles.
“Entre nosotras somos visibles”
Tras la intervención de las lesbianas en el cuidado de los gays cuando más discriminación pesaba sobre ellos, las tornas en el acrónimo fueron cambiando de sentido. Así fue como a partir de mediados de los 90 del siglo pasado la denominación “lésbico-gay” empezó a ser más común en lugares de la comunidad, ya fueran sociales o puntos de salud. Con la integración de todas las siglas del arcoíris y su entidad política cada vez más fuerte, ver la L por delante pasó de ser la excepción a la norma.
Que las lesbianas no obtuvieran reconocimiento hasta que ejercieron un papel crucial en la atención a los gays es un gesto sintomático. En un contexto patriarcal, sigue prevaleciendo aquello de que las mujeres tienen que hacer el doble para conseguir la mitad. Los hombres copan los espacios. Dentro de los ambientes LGBT, se reproduce esta dinámica.
Se intenta condenar sistémicamente a las lesbianas a vivir ahogadas en la trinchera del poquito lugar que les queda, y por eso, los hombres se sienten más cómodos reconociéndose como homosexuales que las mujeres. Pero la visibilidad es mucho más que esa trinchera, porque si no, estaríamos dejando que los hombres decidan lo que es o no visible, dejando en sus manos el poder de la categorización, de la existencia de otras, de la identidad de las lesbianas. Como escribió Brigitte Vasallo en “las que siempre fuimos visibles”: “me parece trascendente preguntarnos ante quién estamos reclamando la visibilidad. Porque queridas, entre nosotras somos visibles, como bien sabemos todas cuando vamos por la calle y nos cruzamos la mirada”.