En España, durante la dictadura de Francisco Franco, las mujeres dirigían sus dudas y confidencias sentimentales al programa radiofónico de Elena Francis. No era más que un seudónimo para un equipo de personas pertenecientes al círculo franquista preocupadas por mantener a las mujeres en la línea de la moral fascista.
Ahora, cuarenta años después de su último episodio, Elena Francis ha dejado de ser necesaria. Ha sido sustituida por una corriente de mujeres -en auge en las redes sociales en los últimos años- que abogan por volver al matrimonio tradicional, respetuoso con los roles tradicionales de género y con valores como la sumisión y la castidad.
A estas mujeres se las llama tradwives -un neologismo que procede de la unión de traditional (tradicional) y wives (esposas). Esencialmente amas de casa, su principal objetivo en la vida es construir un entorno hogareño amoroso y sereno: esto implica administrar perfectamente la casa, criar a los hijos (a menudo muchos) y servir a su marido, que por su parte desempeña el papel de sostén de la familia. En muchos casos, estas familias son estrictamente cristianas, y la Biblia es la principal justificación de cualquiera de sus actitudes.
Sus cuentas están ganando popularidad en las redes sociales, especialmente en TikTok. No es todo: se han escrito libros (como English etiquette: the motivation behind manners), se han abierto blogs (por ejemplo, The Darling Academy).
Ya sea en plataformas sociales, páginas web personales o en papel, lo que muestran es un día a día hecho de cocinar -lo que a menudo significa preparar la comida desde cero-, limpiar la casa, cuidar de los niños y, opcionalmente, educar en casa. Y, ça va sans dire, atender las necesidades de su hombre. Además, cuentan episodios de la vida cotidiana con lecciones morales que pretenden servir de modelo a sus seguidoras.
Por lo general, todos los contenidos creados se encuentran sobre un trasfondo de tono de voz melodioso, rebautizado como «fundie baby voice» y un entorno tranquilizador de color beige. La mayoría llevan un maquillaje perfecto y vestidos modestos pero monos. Por supuesto, no se trata de un movimiento homogéneo: algunas mujeres se ciñen más a un estilo casero, otras se remontan a la estética tradicional de las amas de casa de los años cincuenta.
Los motivos de esta elección son diversos; pueden ir desde el rechazo al estilo de vida de la mujer profesional hasta un factor cultural, al haber crecido algunas de ellas en un contexto ultracristiano.
La opción tradlife es cuanto menos polémica. En primer lugar, implica una contradicción. Estas mujeres quieren reproducir un modelo de vida auténtico, genuino y natural: el de las mujeres antes de entrar en el mercado laboral. Supongamos por un momento que la vida de las mujeres era apacible y serena (y no un caldo de cultivo de abusos). Incluso con esa suposición, el ideal bucólico deja de ser auténtico, genuino y natural en el mismo momento en que todo -desde el tono de voz hasta la ropa, pasando por toda la estética- se pone en escena. Más que la vida cotidiana lo que se muestra es una versión dorada de la misma. Además, predican un estilo de vida que sólo es viable para unos pocos: vivir con un solo ingreso es un lujo que no muchos pueden permitirse. Quizá las influencers de tradlife tampoco puedan, ya que monetizan sus contenidos y ganan con sus cuentas.
La tradlife se vuelve aún más problemática cuando se relaciona con el o los feminismos. Como recuerda en su blog la tradwife británica Alena Kate Pettitt, «el feminismo consiste en poder elegir». Precisamente por la importancia de poder elegir, decidir renunciar a la propia independencia económica es peligroso: significa estar en una situación de la que no se puede salir, ni en caso de incomodidad, ni en caso de abusos. Las tradwives podrían representar un ejemplo de elección consciente de sumisión, transmitiendo así un modelo antiguo y peligroso, que incluye restricciones de independencia y pérdida de oportunidades de socializar. Además, feminismos hay muchos. Algunos tienen como objetivo la autodeterminación individual, otros entienden el feminismo como un movimiento colectivo que pretende cambiar el contexto patriarcal más amplio que produce las elecciones individuales.
Sin embargo, una de las causas más interesantes que llevan a adoptar esta vida es huir de la presión del mercado laboral actual. Aquí volvemos a la dicotomía individuo/colectivo. Evitar de este modo los problemas del mercado laboral podría achacarse al individualismo: te salvas a ti mismo sin intentar mejorar el contexto colectivo. De todos modos, nadie elige en qué mundo vive, y el esfuerzo por mejorar debería ser una elección. Por otro lado, es un argumento digno de análisis. Hoy en día, el impacto del trabajo en la salud mental es un problema. El contexto laboral suele ser agotador, lo que provoca un estado de estrés crónico: el burnout. Si bien se trata de una cuestión a-género, es decir, que afecta tanto a hombres como a mujeres, cuando se trata de la situación femenina se cruza con otras cuestiones: la brecha salarial de género y la carga de trabajo asistencial. Dejemos de lado la conocida cuestión de la brecha salarial de género, que añade al estrés laboral la falta de remuneración y reconocimiento. En cuanto al trabajo de cuidados en función del género, el EIGE (Instituto Europeo de la Igualdad de Género) informa de que el 34% de las mujeres cuidan de niños o ancianos, frente al 25% de los hombres. La diferencia es mayor en las tareas domésticas: El 63% de las mujeres se ocupa de las tareas domésticas , frente al 36% de los hombres.
La entrada de las mujeres en el mercado laboral -un gran logro, sin duda- se ha producido sin un cambio en la división del trabajo de cuidados: las mujeres siguen haciendo la mayor parte del trabajo en casa. Como resultado, las mujeres acaban realizando dos trabajos, uno de los cuales no se reconoce en absoluto, y el otro sigue estando menos reconocido que el de sus compañeros masculinos, debido a la diferencia salarial entre hombres y mujeres.
Estee Williams, tradwife estadounidense ultracristiana y de extrema derecha, explica por qué «el contenido tradwife está explotando de repente» en su cuenta de Instagram, con 120.000 seguidores. Entre las causas, «tenemos toda una generación de mujeres que están quemadas por ser proveedoras y luego vuelven a casa para ser amas de casa».
Desde esta perspectiva, aunque sigue siendo problemática y no aceptable, la opción de la tradifilia se hace más comprensible: al menos plantea un punto que la sociedad debería atender.