Cuando en el verano de 2005 entró en vigor en España la ley que instituía el matrimonio entre personas del mismo sexo, no sólo se cumplió una promesa electoral del socialista José Luís Rodríguez Zapatero, sino la afirmación de toda una generación que había crecido con las películas de Pedro Almodóvar o las novelas de Eduardo Mendicutti, como «Una mala noche (la tiene cualquiera)», que a través de la voz narradora de una transexual andaluza en Madrid contaba la grotesca noche del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, en el que miembros de la Guardia Civil intentaron dar marcha atrás a la democracia española. Una forma literaria muy eficaz de decir que el retroceso en derechos lo pagarían muy caro unos más que otros.
En España
Pocos países del mundo, antes que España, habían aprobado una ley similar y no fue hasta 2004, el mismo año en que Zapatero ganó las elecciones, cuando la ONU y la UE reconocieron el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia, fijado en el calendario el 17 de mayo, porque el 17 de mayo de 1990 la Organización Mundial de la Salud había eliminado definitivamente la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales, catalogándola como «una variante natural del comportamiento humano». A España le correspondía otra primicia, la de haber roto el tabú, o mejor dicho, desterrado el tópico de ser una nación católica e intolerante, donde cierto tradicionalismo religioso nunca habría permitido la consecución de ciertos objetivos. Aquella ley fue la etapa de un viaje que partió de un lugar marginal y llevó al centro de nuestras democracias algo que, aun siendo tolerado, como excéntrico exigía ser normalizado.
En Portugal
Cinco años más tarde, Portugal también aprobó una ley que no era en todos los aspectos similar, pero que se acercaba al modelo español. La firmó en 2010, precisamente el 17 de mayo, un presidente de la República muy conservador, Aníbal Cavaco Silva, cuyo partido había votado en contra, pero que no pudo sino aceptar la voluntad de una amplia mayoría parlamentaria, la de una izquierda portuguesa, en aquel momento, ampliamente mayoritaria aunque muy dividida en muchos temas, pero no en éste. Fuera de la ley, precisamente por razones de táctica política, quedaba la adopción homoparental, que los españoles, en cambio, habían reconocido inmediatamente. Una norma que tendrá que esperar a 2016 y al regreso de la izquierda al poder tras la temporada de la crisis del euro, cuando parecía que a los gobiernos no les quedaba más remedio que volver a poner en orden sus maltrechas finanzas.
En Italia
Para Italia, con Matteo Renzi como primer ministro, 2016 es también el año de la «ley Cirinnà», llamada así por su proponente, la senadora del Partido Democrático Monica Cirinnà. No establece el matrimonio igualitario, sino la posibilidad de la unión civil, con todo lo que ello conlleva en términos de derechos y deberes mutuos. Sin embargo, incluso en este caso, la posibilidad de adoptar al hijo de la pareja queda al margen. Desde entonces, la situación italiana no ha evolucionado mucho a nivel legislativo, dejando lagunas que la jurisprudencia ha ido llenando poco a poco, reconociendo las adopciones y los matrimonios contraídos en el extranjero. Ante la imposibilidad de avanzar en el plano de los derechos sustantivos, en Italia ha sucedido más de una vez que facciones opuestas de la opinión pública se han peleado por una publicidad demasiado tradicionalista de la familia, o por una legislación más punitiva contra la homofobia, como en el caso del malogrado proyecto de ley Zan, que no fue aprobado por el Senado en 2021. Una de las paradojas básicas de esa ley era el hecho de que apuntaba a una homofobia que el propio Estado italiano aún no había conseguido abandonar por completo. Una extraña idea de «monopolio de la violencia». Sin embargo, nada es más revolucionario, pero también más disuasorio respecto al reaccionarismo de los tradicionalistas, que una generación de niños que crecen teniendo como compañero de pupitre al chico con dos mamás o dos papás, sobre todo si sabe hacer tartas de cumpleaños tan buenas como cualquier otro.
Últimas noticias
En cambio, las noticias más recientes sobre la circular del Ministerio del Interior italiano que, a través del Prefecto, obligó el año pasado a los municipios a dejar de inscribir en el registro civil a los hijos de parejas homoparentales han vuelto a poner en el candelero, también internacional, las carencias de la legislación italiana sobre las que aún es posible dar marcha atrás en demasiadas ocasiones a quienes simplemente buscan una situación familiar estable. Hay que decir que incluso el frente progresista ha mostrado entretanto algunas fisuras. La batalla de Giorgia Meloni contra la maternidad subrogada, una práctica que a menudo está en el origen de las adopciones homoparentales encuentra aliados no sólo en la mayoría de las derechas, sino también entre los liberales o en la histórica militancia feminista de izquierdas, con posiciones escindidas en el Parlamento. Una escisión no muy diferente de la que se ha visto en España por la polémica de la «ley trans», promovida por el gobierno de Pedro Sánchez y su exministra Irene Montero.
A la espera de más claridad por parte de la vanguardia planetaria, que en cualquier caso ha sabido reconocer y garantizar un derecho esencial, queda la otra certeza más amarga de que, también este 17 de mayo, muchas nubes oscurecerán el cielo de las naciones que aún castigan la homosexualidad, aunque con matices diferentes según el huso horario: desde Rusia (sin amor), a la Hungría de Orbán, que impone cierres de celofán a los libros que seducirían a la juventud, pasando por la pena de muerte prevista y confirmada por el Tribunal Constitucional en Uganda.