Nativos digitales, mal llamados por generaciones previas “la generación de cristal”: sensibilizados con la salud mental, la diversidad, el cuidado del planeta… La generación Z empieza con los nacidos a mediados de los 90 de la mano de grandes cambios globales como el surgimiento de Google. La identidad de los centennials ―al igual que a lo largo de la historia, cada subcultura juvenil―, tiene unos rasgos muy diferenciales. Su carácter inclusivo genera que la estética se convierta en un mecanismo de exteriorización, y es que la ropa, la manera de expresarse, la música, los gustos, son una reivindicación más de su tendencia integradora. La fluctuación de la expresión de género, aboliendo cánones conservadores de lo que es “de hombres o de mujeres”, o el empoderamiento femenino son grandes ejes en los que se basa la personalidad centennial.
La música, una aliada trascendental. El auge de variedades fusionadas, con raíces en músicas históricamente maltratadas ―como podría ser el reggaetón― y su paso al mainstream han propiciado que los centennials dispongan de su propio elenco de divas generacionales: Rosalía, Karol G o… Bad Gyal.
El eclecticismo como identidad propia
En febrero del 2023, Bad Gyal hacía pleno en su primer Palau Sant Jordi: “ya sabéis que no se me da muy bien hablar. He venido a montar una fiesta, estoy en Barcelona, en casa, y por eso quiero anunciar que mi nuevo álbum se va a llamar ‘La Joia’”, dijo entremedio del show. Un año después su propio vaticinio se ha hecho realidad con un nuevo sold out, donde ha presentado el 24 Karats Tour y ha congregado a más de 16000 personas.
Con ‘Pai’ y ‘Indapanden’ se introdujo en la industria musical hace ya ocho años, subiendo los vídeos en su rudimentario canal de YouTube. «He pasado sola por esto, no me ha ayudado nadie, ni mis colegas del pueblo ni mis padres, nadie entendía mi movida», reveló en una entrevista. Su predilección por los ritmos de raíces jamaicanas ―fue pionera en la introducción del dancehall en España―, o bien los guiños al R&B como en su reinterpretación del tema “Work” de Rihanna, fueron sembrando la semilla de un cambio de paradigma que se venía cociendo desde mitad de la década pasada, y que ahora ya está instaurado. Bad Gyal es una precusora accidental, representante de un nuevo esquema que marcaría la actual escena mainstream.
Su eclecticismo la convierte en carne de generalización: ¿trap? ¿dancehall? ¿reggaeton? Sus inicios se contextualizan en una época en la cual emergieron géneros en aquel momento underground como el trap, que marcó indudablemente una ruptura del arquetipo de la industria musical española.
El surgimiento de unos nuevos códigos y variedades derivó en el abuso ―existente aún― del término “música urbana”. El concepto no deja muy claro si es un género en sí mismo, es, de cierto modo, un cajón de sastre y un “blanqueamiento” de géneros tradicionalmente negros: en los años 80 en Estados Unidos se utilizaba para englobar todo aquello relacionado con el hip hop o el R&B. Desde los 2000 ―especialmente con el posicionamiento de géneros de tradición latina a lo mainstream― se utiliza para abarcar desde el reggaetón hasta el trap. Si bien Bad Gyal no surfeó la ola trapera, la lógica de la música urbana sí que le ha engullido. Es difícil definir qué género hace, es fácil detectar todas sus influencias convergiendo en su obra.
“Yo no quiero que las chavalas me miren y quieran ser como yo. Pero salgo por Barcelona y veo tropecientas chavalas que se han ido a comprar… veo Bad Gyals por la calle, por así decirlo”, confesaba en una entrevista de Ernesto Castro para Vice. Su predilección por la moda se atisba en sus outfits dosmileros, pelucas rubias y uñas rococó. Alba Farelo, nacida en 1997, también fue pionera en introducir nuevas normas en la industria donde la estética pasa a ser protagonista. Ella no solo hace música. Hace música y moda, siendo así una gen z que se dirige ―y referencia― a la gen z. En la hora y media de concierto, en la que comprimió 36 canciones también se reservó un catwalk al que llegó con bolsas de lujo marcadas con sus iniciales, mientras el público enloquecía al grito de “reina”.
“A ver si me pueden encender los ventiladores, todos, full, full, full. Vámonos para la fiesta no?”, fue una de las únicas frases que dijo en todo el show. Porque Bad Gyal no ofrece conciertos al uso. Brinda shows y fiestas con cambios de vestuario y ritos físicos con su culo como protagonista. La artista perrea sin complejos consciente que sus coreografías son su sello igual que el autotune en su sonido. “En cuanto a las canciones, todo lo hago yo, la elección de los ‘featurings’ de los productores, la sonoridad de los ‘beats’, qué tipo de sonidos…”, aseguraba en una entrevista. Como diría en su tema Slim Thick, “las letras de Bad Gyal las escribe Alba”. Y es que el descaro con el que habla sobre sexo levanta pasiones y críticas casi a partes iguales. “Él me llama santa, santa María / Porque mi coño está apretado como el primer día”, recita en uno de sus temas referente. La artista catalana es un discurso obsceno y vulgar para cierta moralidad y un alegato de empoderamiento para las nuevas generaciones.
Conexión con el mundo LGTBIQ+
El fenómeno Bad Gyal ha abducido a los centennials convirtiéndose en un icono para el público LGTBIQ+. “Yo solo quiero janguear y pasarla bien”, uno de sus lemas con los que los jóvenes han conectado: ser disfrutona, hacer lo que uno quiera y vestirte como te dé la gana. En la España del siglo pasado, en un contexto de mayor opresión y represión hacia el colectivo LGBTIQ+ las grandes divas de la canción se convertían en un refugio indispensable: outfits rimbombantes, peinados chocantes ―y muy característicos―, una expresión visceral de sus pasiones… Un público sediento de representación encontraba en esas figuras femeninas, fuertes y disruptivas un halo de esperanza. Igual que pasaría con las divas del pop ―en un contexto global y con más derechos alcanzados― en los años 90 en adelante, e igual que ahora se canaliza en las representantes de la escena urbana con el caso paradigmático de Bad Gyal. Ella es el nuevo folclore.