Manuela Trasobares eclipsó la televisión valenciana cuando fue invitada por el programa “Calle Vosté, Parle Vosté” en 1996. Durante su intervención, que duró apenas unos minutos, Trasobares, artista polifacética e icono queer ―que posteriormente se convertiría en la primera concejala trans de España―, desafió las convenciones establecidas con su argumentario desquiciado. “¿De qué me tengo que disfrazar ahora? ¿Qué no veis que nos tienen marginadas?”, exclamaba mientras arrojaba una copa al suelo en un gesto enervado que pasaría a la posteridad. Ahora, este gesto ha sido reinterpretado por Nebulossa en el videoclip de «Zorra», la canción seleccionada para representar a España en el próximo Festival de la Canción de Eurovisión que se celebrará en Malmö (Suecia) en mayo.
Histeria, locura, y otros métodos de control
“Tenemos que ser fuertes y nos tenemos que unir todas”, decía Trasobares a las personas trans que formaban parte de la gradería del público. “¡Tira la copa!”, alentaba la artista a otra tertuliana del programa que se unió a la catarsis explosiva. Tras la intervención, el plató entró en una especie de delirio colectivo. “Nadie estaba mostrando ningún tipo de comportamiento loco hasta que esa señora se ha puesto loca”, apunta uno de los colaboradores, psicólogo clínico, “se ha salido de sus casillas […] es un ejemplo de trastorno histriónico”, añade.
La psiquiatrización del comportamiento femenino viene de tiempos intempestivos: ya en la Edad Media se gestó la histeria como concepto patológico y criminalizador de cualquier tipo de actitud divergente. A toda aquella que presentaba síntomas como irritabilidad, llanto desenfrenado, ataques de nervios u opresión en el pecho, se le atribuía la histeria como condición médica. Se desarrollaba presuntamente por un desplazamiento del útero, cuyo remedio, además de aromaterapia y metodologías relacionadas con la espiritualidad y la religión, se encontraba en el coito. La instrumentalización de la sexualidad es un gran bastión para la psiquiatría como dispositivo de control de género.
A finales del siglo XIX, en la puritana época victoriana, Sigmund Freud apuntaba que la raíz de la histeria femenina radicaba en la represión sexual y eventos traumáticos infantiles relacionados también con la sexualidad, todo ello alojado en el inconsciente. La sombra de la Edad Media continuaba vagando, y de nuevo se sugería la actividad sexual para “estabilizar” el útero. Los tabúes culturales ―la masturbación, por ejemplo, se atribuía a un desvío de la conducta y a patologías como la histeria― son en realidad los moldeadores de la enfermedad mental.
“¿Por qué la mujer no puede vestirse con toda su lujuria, por qué no hablar del sexo, por qué? ¿Por qué nos hemos de reprimir? Durante tantos años la represión, la máscara… ¿De qué me tengo que disfrazar ahora?”, atizaba Manuela Trasobares en su alegato que sería historia pop subversiva.
“Antes muerta que hacer yoga”
Vidas disidentes, comportamientos fuera de las férreas convenciones, todos lanzados al saco del diagnóstico y la psiquiatrización fortificando las normas sociales, generando una categoría de diferenciación para todas aquellas ovejas descarriadas. Son enfermas mentales. Están locas, se han salido de sus casillas, son histriónicas porque quieren llamar la atención con malas formas. La filósofa Judith Butler considera que las concepciones sobre género y enfermedad mental se entrelazan en la formación social del cuerpo y la identidad. La teórica feminista reflexiona el papel de la histeria en el reforzamiento de normativas de género y el control femenino, y promueve la valoración del potencial político y desafiante de la histeria como una herramienta de resistencia contra las normas de género restrictivas.
Perder los papeles, las formas. Tirar la copa fue, es y será un acto político. Porque Manuela Trasobares no es una loca, ni tiene un trastorno histriónico, ni es una histérica: Manuela Trasobares tiró la copa porque estaba harta ―y probablemente, lo siga estando―. Porque en realidad, las que tienen que tirar la copa, son siempre las mismas. Como escribe Virginie Despentes en Querido Capullo: “Tengo ganas de estropear los relojes. Las buenas maneras me cansan. Definitivamente, antes muerta que hacer yoga”.