El plan REPowerEU pretende revolucionar el panorama energético europeo con ambiciosos objetivos de energías renovables y ahorro energético, pero se enfrenta a obstáculos como el elevado coste de la energía y la dependencia de materias primas extranjeras. ¿Conseguirá Europa construir un futuro verde sin comprometer su industria?
Lanzado por la Unión Europea en mayo de 2022 como reacción a la invasión rusa de Ucrania, el plan REPowerEU pretende remodelar la estrategia energética europea centrándose en cuatro pilares:
1) Aumentar la producción a partir de fuentes renovables. El objetivo es poder cubrir el 42,5% de la demanda en 2030 con energías limpias. Empezando por la fotovoltaica y la eólica, imprescindibles tanto para el uso doméstico como para la descarbonización definitiva de la industria, pero también gracias a la potenciación de nuevas fuentes como el hidrógeno (para el que la UE prevé la creación de valles del hidrógeno para distribuir energía entre industrias y alcanzar el objetivo de diez millones de toneladas de hidrógeno renovable al año en 2030), el biogás y el biometano (con un objetivo fijado en 35.000 millones de metros cúbicos) y la geotermia.
2) Ahorro de energía: incentivar acciones para reducir el consumo y el despilfarro, tanto en la producción industrial como en la eficiencia energética de los edificios y en la difusión de buenas prácticas como bajar la temperatura de la calefacción, subir la del aire acondicionado y reducir el consumo en las horas de luz y, sobre todo, en las horas punta. Sin olvidar el replanteamiento del sistema de transporte, intensivo en energía, mediante el apoyo a la movilidad de emisiones cero y a infraestructuras más sostenibles como el ferrocarril, el metro y los autobuses ecológicos.
3) Reformas y racionalización de las inversiones: para poner en marcha el plan REPowerEU, la Unión Europea ha destinado más de 210.000 millones de euros en cinco años, a los que se suman 225.000 millones procedentes de los Planes Nacionales de Recuperación y Resiliencia (PNR) de los Estados miembros. Un chorro de dinero que se destinará a apoyar el ahorro energético y el aumento de las energías renovables. Pero los recursos financieros por sí solos, por muy impresionantes que sean, no son suficientes y es necesario un verdadero cambio de paradigma cultural a todos los niveles: capacidad para adaptar el Plan a la aparición de nuevas necesidades y reducir la burocracia, digitalizar las redes energéticas y descentralizarlas, construir redes inteligentes que minimicen las sobrecargas, implicar a los ciudadanos y a los hogares como «prosumidores» e incentivar soluciones tecnológicas para el almacenamiento de electricidad.
4) Diversificación de los proveedores de combustibles fósiles: Para reducir la dependencia energética de Rusia y garantizar una mayor resistencia en caso de nuevas crisis geopolíticas, la UE ha intensificado sus relaciones con países aliados como Estados Unidos, Canadá y Noruega y reforzado la cooperación estratégica con productores como Argelia, Qatar, Nigeria y Angola. También está aumentando el uso de gas natural licuado (GNL) con países como Egipto e Israel.
Hay que decir que mientras los tres primeros pilares del Plan necesitarán muchos años para hacerse realidad, el último ya está muy avanzado. Pero las motivaciones aquí no son la protección del medio ambiente o la crisis climática. Las razones son esencialmente políticas: debilitar a Rusia e, indirectamente, apoyar a Ucrania. Y en un contexto de guerra, la UE ha conseguido desplomar las importaciones de gas natural de la Federación Rusa del 45% al 15%, según los datos publicados por la Agencia Internacional de la Energía (AIE).
Luces y sombras para las energías renovables “made in Europe”
En varios lugares, el informe destaca cómo los elevados costes de la energía y la falta de infraestructuras adecuadas contribuyen a ralentizar el crecimiento económico en Europa.
El sistema industrial, intensivo en energía, sufre la competencia de países con costes más bajos y la volatilidad de los precios de la energía aumenta las cargas financieras, añadiendo más incertidumbre a las inversiones.
Así pues, ¿por qué no centrarse aún más en la reconversión «verde» de la producción energética?
Aunque Europa es líder en innovación de tecnologías limpias, su ecosistema presenta fragilidades que le impiden capitalizar plenamente esta ventaja competitiva. La UE representa más de una quinta parte de la innovación mundial en tecnologías limpias, y la mitad de las nuevas tecnologías entran en fase de lanzamiento o puesta en marcha.
Sin embargo, se observa una preocupante ralentización del ritmo de patentamiento de tecnologías con bajas emisiones de carbono. Por ejemplo, entre 2015 y 2019, Europa acaparó el 65% de las inversiones de capital riesgo en hidrógeno y pilas de combustible, pero este porcentaje se redujo al 10% entre 2020 y 2022.
Sin embargo, Europa es el segundo mercado mundial en demanda de energía solar, eólica y vehículos eléctricos; ¿cómo es que no consigue mantener un liderazgo estable? Tomemos otro ejemplo y fijémonos en el sector fotovoltaico: la UE ha cedido casi toda la producción a China. Incluso en el sector de la energía eólica, aunque sigue siendo líder en el ensamblaje de turbinas, la cuota de mercado de Europa cayó del 58% al 30% entre 2017 y 2022. La producción europea de tecnologías como electrolizadores y sistemas de captura de carbono se ve obstaculizada por los mayores costes de construcción y los largos procesos de autorización. Además, la UE depende en gran medida de la importación de materias primas esenciales, como las tierras raras, ya que solo produce entre el 1% y el 5% de las más de 40 materias primas que necesita internamente.
Otro problema crítico es el tamaño de las empresas de tecnologías limpias (o clean tech), que por término medio son más pequeñas en la UE que los gigantes estadounidenses y chinos. Esto da lugar a mayores barreras de financiación, agravadas por una normativa fragmentada que dificulta el crecimiento y la transición del desarrollo a la producción a gran escala.
En conclusión, aunque la UE tiene la ambición de preservar y ampliar su capacidad de producción en el sector de las energías limpias, corre el riesgo de sufrir una desindustrialización progresiva en este mismo ámbito, ya que muchas empresas optan por reducir, deslocalizar o cerrar sus operaciones debido a un entorno de mercado desfavorable.
Unos objetivos «verdes» muy ambiciosos y las cuantiosas inversiones correspondientes se ven contrarrestados por el impetuoso crecimiento de China y la consolidación de Estados Unidos en el mercado mundial de las tecnologías limpias, lo que repercute negativamente en la balanza comercial europea.
La política europea se enfrenta, pues, a un verdadero reto de época: lograr la independencia energética sin desmantelar su sistema industrial.