La generación Z transforma el paradigma laboral con la salud mental y el tiempo libre como prioridades frente a la falta de horizonte profesional.
La llegada de la Generación Z al mercado laboral ha transformado la idea de éxito. La precariedad marca las condiciones laborales de los más jóvenes, especialmente desde el estallido de la burbuja inmobiliaria. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), la tasa de paro entre los menores de 25 años en España se sitúa en el 26,9%. Del total de parados, un 19% son menores de 25 años, y uno de cada tres parados de larga duración -los que llevan más de un año sin trabajar- pertenecen a la generación millennial.
España no es un país para jóvenes, con datos de la OCDE, el Banco de España y el INE, refleja que “los jóvenes españoles se encuentran en una situación de vulnerabilidad sin precedentes”. Pese a la reciente reforma laboral, que ha reducido la temporalidad en el mercado de trabajo español al 17,08% en 2023, los jóvenes son los más afectados –con una tasa de temporalidad del 45,2%– muy a menudo sin que lo hayan escogido.
Los salarios son la tercera punta del triángulo de la precariedad. Los menores de 30 años ganan un 35% menos que la media, y su crecimiento salarial queda por debajo de lo que tenían las generaciones anteriores. Los nacidos en 1955 llegaban a la base media de cotización a la Seguridad Social a los 27 años, mientras que los nacidos en 1985 no lo alcanzan hasta los 34. Además, según la Encuesta Financiera de Familias del Banco de España, la renta y la riqueza de los hogares han caído un 37,5% entre 2011 y 2022 y uno de cada tres jóvenes menores de 29 años se encuentran en riesgo de pobreza.
Paula pone cara a uno de los miles de casos para los que el mercado laboral ha sido un abismo a la desesperanza. Menor de 30 años y periodista, ha trabajado desde los 18 años en trabajos precarios: vendedora de bombones, camarera en caterings y hoteles de lujo. Accedió a su primer trabajo calificado a los 23 años, con un contrato parcial no deseado. “Cuando empecé, cobraba menos de setecientos euros con un contrato a media jornada. Tenía que trabajar fuera de horas, incluidos los fines de semana, y me pedían constantemente tareas fuera del horario. Yo intentaba complacer por miedo a perder el trabajo y por las promesas de mejoras, pero cuatro años después sigo con un contrato a media jornada impuesto y un sueldo miserable”, explica. La situación ha afectado también a su salud mental: “He gastado muchas horas de terapia –pagada por mí misma, evidentemente– aprendiendo a poner límites al trabajo. Me ha desgastado la salud mental, me está quemando las ambiciones profesionales y ha deteriorado mis relaciones personales”, concluye.
Ante las sospechas de que la precaria situación de los jóvenes pueda ser por una baja calificación, los datos lo desmontan. España, junto a Grecia, destaca por la sobrecualificación de los jóvenes de entre 20 y 34 años. Según Eurostat, un 35% tiene una formación superior a la necesaria para el trabajo que desempeña, mientras que la media europea se encuentra en el 22%.
Una redefinición del éxito
La frustración de un mercado laboral que ahoga a los jóvenes con largas jornadas laborales, pluriempleo y bajos salarios han determinado un gran cambio en la forma de ver el trabajo. Los jóvenes han popularizado un nuevo concepto, la “quiet ambition” (ambición silenciosa), un desafío a las críticas que les definen como “generación de cristal”. Por una falta de horizonte profesional, el trabajo ya no es una forma de autorrealizarse. El término no significa que los jóvenes no tengan ambiciones, sino que priorizan otras cuestiones como la salud mental, el ocio, el tiempo libre y la vida social y personal, por encima de largas jornadas laborales que nunca acaban por traducirse en sueldos más elevados. Existe una reivindicación de tener tiempo para el ocio, la familia, el deporte o viajar sin tener una sobrecarga emocional y mental. La aspiración es trabajar menos para tener más tiempo libre. Precisamente, la presión de sindicatos y trabajadores para reducir la jornada laboral es cada vez mayor y los jóvenes son uno de los principales colectivos que más la apoyan.
Los mileniales han tenido que asumir un cambio de valores laborales fruto de la crisis y la precariedad y han dejado de considerar el trabajo el centro de sus vidas. Primero fue la gran recesión de 2008 y después la crisis de la covid. La sensación de que el esfuerzo no siempre da resultados que se deriven en una trayectoria laboral estable ha hecho surgir una sensación generalizada de desafección y las crisis han obligado a un cambio de mentalidad con la precariedad como nueva normalidad. Un contexto que ha llevado a ver el trabajo como función para vivir y donde la vocación ha perdido peso. Ahora las prioridades cambian: tiempo libre, afectos y bienestar mental.
La quiet ambition está dejando en jaque las empresas. Según una investigación de Visier, realizada en Estados Unidos, sólo el 37% de los jóvenes trabajadores asegura estar interesado algún día en tener el trabajo del jefe de la empresa. Un 67% prioriza tener tiempo para ver a familiares y amigos, un 64% estar física y mentalmente saludables, mientras que un 58% prioriza poder viajar. Los jóvenes han resignificado la palabra «ambición». Rechazan asociaciones con el estrés, las exigencias laborales desmedidas y el agotamiento y han redefinido el concepto en términos más saludables en busca de un equilibrio entre la vida laboral y personal y un entorno de trabajo más relajado y flexible.