“Aquí casi no podemos hacer nada: a las 7 ya nos tenemos que levantar porque ya hace demasiado calor”. Oussama, Salah y Jawad son tres jóvenes que viven en Sant Cugat en una furgoneta abandonada. Los tres nacieron en Marruecos y vinieron aquí debido a la falta de oportunidades de futuro en su país. Oussama tiene 24 años y lleva siete aquí en Cataluña. Salah, con 21, es el más joven, y lleva casi 10 años aquí, desde 2015. Jawad, de 32 años, ha estado muchos años viajando y trabajando en diferentes países europeos.
Ante la pregunta de por qué viven en Sant Cugat, la respuesta es que, por un lado, encontraron una furgoneta abandonada donde podían dormir. Pero también añaden que es porque es una ciudad tranquila: “No queremos problemas. No hemos venido a robar ni a delinquir, como todos piensan, solo queremos trabajar, estar tranquilos y hacer nuestra vida. Lo puedes preguntar a los vecinos”. Oussama tiene un trabajo estable, pero los otros dos no, y cada día se marchan de la furgoneta y se buscan la vida “como pueden”, reciclando objetos que encuentran y realizando otros trabajos similares.
Hasta ahora, Oussama nunca había vivido en la calle, explica. Estuvo unos meses en un centro de menores, y después accedió a un piso de la DGAIA (Dirección General de Atención a la Infancia y la Adolescencia), con dos amigos del centro, donde pudo continuar viviendo hasta los veintiún años. Desde entonces, regularizó su situación administrativa y ha estado trabajando en lugares muy diversos (de camarero, de pintor, en seguridad, en la empresa Oropastry de Rubí –haciendo donuts, señala–). Actualmente trabaja en la construcción.
Al mes, cobra entre 1.200 y 1.300 euros que le permitirían pagar un alquiler, pero no consigue encontrar uno: “Cuando se enteran de que eres joven y marroquí, ya sabes qué pasa. No te quieren alquilar una habitación”. La discriminación en el mercado de la vivienda ha sido denunciada en múltiples ocasiones por entidades como SOS Racisme, por ejemplo en su último informe anual. Además, en Sant Cugat hace dos años se destapó en un acto organizado por elCugatenc que inmobiliarias habían denegado alquilar a personas refugiadas en el Ayuntamiento, como explicó la regidora de Cooperación, Gemma Aristoy (ERC). Más recientemente, Suiry Sobrino, activista de Amnistía Internacional, también denunciaba el racismo inmobiliario que ella ha vivido en primera persona en la mesa redonda Derechos civiles y antirracismo de StQBlack, moderada por elcugatenc.
En cuanto a sus compañeros, Salah relata que es de Madrid, y que nació en la ciudad de Tetuán. No obstante, lleva en el Estado casi 10 años, desde 2015. “Ahora tengo papeles”, explica orgulloso. Jawad, por su parte, tiene tres diplomas de formación de mecánico, electricista y carnicero, y había trabajado muchos años en Marruecos: “¡Era buen trabajador!”, asegura.
“Quisiera cambiar la mentalidad de la gente de aquí”
Los tres compañeros explican que han sufrido otros tipos de racismo, también por parte de la extrema derecha. Jawad cuenta entre irónico e indignado que, cuando trabajaba en el campo, en Almería, tenía un jefe de Vox que le decía que no quería a los inmigrantes, aunque la mayoría de sus trabajadores lo eran. “Yo estaba allí, recogiendo la fruta, nos pagaban 4 euros la hora, y trabajaba 9 horas. No dormía bien, y siempre tenía dolor de espalda”, explica comunicándose a trompicones entre el español y el francés.
Jawad confiesa que lo que más quisiera es, precisamente, “cambiar la mentalidad de la gente de aquí”. “Nos meten a todos en el mismo saco, y no es justo; porque sabemos que hay gente que se porta mal y piensan que todos nos portaremos mal”. Quien dice esto es Abdel, de 21 años, amigo de los otros tres y que también vive en la calle, aunque no en la furgoneta. Salah habla de cómo a la gente que pasa cerca de ellos “les cambia la cara”. “Se nota que estamos en Sant Cugat, el segundo pueblo más rico de España”, añade.
“Somos muy jóvenes y estamos perdiendo nuestra vida en la calle. Comemos mal, a deshoras, a veces ni comemos”, dice Abdel, mostrando dulces industriales que ha comprado poco antes. “Nos dicen ‘moro de mierda, vete a tu país’, pero nosotros queremos trabajar, todos tenemos un título, y él tiene trabajo”, comenta Abdel en referencia a Oussama.
“En la fruta, en la construcción de la calle, en el campo, de camareros, de mecánicos… ¡en España trabajan los marroquíes!”, dice Jawad. Oussama coincide y añade: “Nos juzgan a nosotros, pero se olvidan de nuestros paisanos, que trabajan por el país. De momento, no todos lo podemos hacer, pero el día que podamos, todos trabajaremos por el país”.
También han encontrado “gente buena”, que les ha ayudado y les ha llevado comida, explican. “De 100, 60 son racistas y 30 tienen un buen corazón”: la estadística (en la que siempre quedará la duda de qué pasa con el 10 por ciento) es de Salah.
Lo cotidiano en la furgoneta
“Hacemos una rutina, como podemos”, dice Salah. “Por la mañana nos duchamos, todos los días”, destaca Oussama. En la fuente, o donde pueden. Abdel, que también participa en la conversación, comenta que ha estudiado un grado medio de peluquería (se nota que el peinado que lleva es profesional), y que antes había estudiado un PFI.
También muestran cómo arreglan la parte trasera de la furgoneta con mantas y cojines para que quede un espacio lo más cómodo posible para dormir. Hay una relación que viene a la mente entre el espacio donde duermen y los videos que llenan internet explicando cómo acondicionar una furgoneta o un coche para viajar con un presupuesto “bajo” pero comprando muchos objetos que hacen la estancia mucho más cómoda.
Las olas de calor les han pasado factura: la furgoneta aísla muy poco de la temperatura exterior o, directamente, es peor por el efecto de recalentamiento. Todos señalan de inmediato que Jawad es quien lo pasa peor, porque explican que tiene una enfermedad que no saben concretar, pero que hace que le falte el aire. “Él debería estar en un centro médico, bien atendido, no viviendo en la calle”, dicen los otros.El vehículo tiene algunas ventanas con los vidrios completamente rotos. Comentan que hace unos días, alguien les robó ropa y zapatos que tenían guardados en la furgoneta: “Ahora Salah tiene que ir con chanclas”, dicen mostrando unas Crocs. Es una de las muchas vulnerabilidades de vivir en la calle. Señalan que todos piensan que ellos son ladrones, pero, en cambio, son víctimas de robos.
Otro de los problemas es el contacto con la familia. A Jawad se le ha roto el móvil y lleva días sin poder hablar con su familia: “Ahí tenía todos los contactos, todo”. Explica que es el pequeño de una familia extensa, y que su madre ya tiene noventa años. Es fácil imaginar la angustia por ambas partes ante la falta de contacto. Incluso para los otros, a quienes sí les funciona el móvil, mantenerlo cargado durante el día es todo un reto, y en alguna de las visitas que les hacemos, no están precisamente porque están buscando un lugar donde cargarlo.
Ante la pregunta de qué es lo que más necesitan, Oussama lo tiene muy claro: “Una habitación”. Abdel se suma: “Quiero un alquiler y no encuentro, podría pagar entre 200 y 300 euros porque tengo ahorros”. Jawad tiene muy claro que quiere un trabajo, de lo que sea, que puede trabajar: “Sé trabajar de carnicero, de electricista y de mecánico, y puedo hacer otras cosas, también”. En cambio, Salah no tiene una dirección tan clara de lo que quiere hacer como los otros; como tantos jóvenes de 21 años.
La esperanza y la música
Hacia el final de la entrevista, Abdel comienza a rapear con habilidad. “Yo soy rapero, no quiero fama, solo que me quieran”. “Nos llamaron moros subnormales, ilegales. Pero romperemos con todo”. También pone en el móvil “Confianza” del cantante Morad, y se saben de memoria las letras de unas canciones que denuncian las injusticias sociales y raciales y los abusos policiales. Morad es de L’Hospitalet, hijo de padres inmigrantes de Marruecos. “¿Sabes quién es?”, pregunta Oussama. “Claro que lo sabe, si ella es de aquí, ¿cómo quieres que no lo sepa?!”, responde Salah.
Salah dice que ellos también son MDLR (de la frase mec de la rue, “chico de la calle” en francés, con la que se identifica Morad). Pero apuntan que ellos sí que son “de la calle”, que Morad solo está en ella, pero no había vivido en la calle. Hablando de sus orígenes en el barrio (de la Florida) y de su éxito actual, Morad canta: “Recuerda que la vida te puede cambiar”.