Han pasado décadas desde la llegada a Italia, procedente de América, de un juego «callejero» para niños, el monopatín, que entretanto se ha convertido en deporte olímpico en las últimas Olimpiadas (las de Tokio, que la pandemia ha hecho aplazar de 2020 a 2021) y ya ha sido confirmado para las próximas, tanto el próximo verano en París como en 2028 en Los Ángeles. El libro que nos lo recuerda se titula Nessuna regola – 40 anni di skateboard in Italia (Sin reglas – 40 años de monopatín en Italia), fue escrito por Lele Lutteri y contiene un detalle especialmente interesante para comunidades como la nuestra, que hoy intentan por todos los medios reinventar la movilidad urbana buscando alternativas sostenibles a los vehículos de cuatro ruedas. Alternativas que no desdeñan las ruedas para renunciar a los combustibles fósiles.
El detalle mencionado es que el monopatín se originó en California como una herramienta basculante que permitiría a los surfistas entrenarse en tierra firme en ausencia de olas, pero fue la ausencia de lluvia lo que lo convirtió en el juguete favorito de generaciones enteras de jóvenes. 1976 resultó ser un año especialmente seco para California, y en Los Ángeles se vaciaron las miles de piscinas de la clase acomodada, listas para ser transformadas en pistas de patinaje. Ahora que las pruebas del cambio climático están cada vez más respaldadas por la investigación científica y que la falta de lluvias amenaza no sólo las piscinas de los VIP, sino también las cosechas de los agricultores y las duchas de la gente corriente cada vez son más las ciudades grandes y pequeñas que buscan otras formas de ir al trabajo o a casa, desde los suburbios al centro y viceversa, en patín, patinete o, sobre todo, bicicleta. Puede que no sea la receta que salvará al mundo, porque nunca hay una sola receta, pero sin duda es una de las acciones necesarias para hacer más habitables los espacios urbanos. Sin embargo, es precisamente en los carriles bici donde los alcaldes se juegan ahora sus carreras políticas y las mayorías caen por un puñado de votos.
En Lisboa, en 2021, el alcalde socialista Fernando Medina, contra todo pronóstico, perdió las elecciones municipales también (algunos incluso dicen que «sobre todo») poniendo zancadillas a un polémico carril bici que, según sus detractores, reducía demasiado el espacio para los coches en una avenida del centro de la capital portuguesa. El mismo año, en Milán, durante otra campaña electoral, una delegación del partido Fratelli d’Italia se dio un martillazo, aunque sólo simbólico pero ante las cámaras, en el carril bici de Corso Buenos Aires.
Y basta una simple búsqueda en Internet para descubrir que incluso en la verdadera Buenos Aires, allá en Argentina, los carriles bici parecen ser un quebradero de cabeza para el alcalde Jorge Macri. ‘Con la excusa de la pandemia, se han hecho muchas y sin planificarlas dentro de un sistema integrado de movilidad’, dice el primo de aquel Mauricio Macri que, de 2015 a 2019, fue Presidente de la República.
El Covid nos hizo llorar mucho, pero también suspirar por un regreso quizá difícil a las ciudades sin coches. Los llamados carriles covid habían dejado de ser una emergencia y se habían convertido en carriles protegidos, mientras que el dinero del Fondo de Recuperación también debería utilizarse para construir más de ellos antes de 2026. En lugar de eso, los automovilistas protestan porque se sienten rodeados; los comerciantes protestan porque no valoran los efectos beneficiosos para el comercio de una población que pasea y no acelera en coche; y los propios ciclistas protestan porque se dan cuenta de que las ciudades diseñadas para los vehículos de cuatro ruedas son difíciles de replantear para otros medios de transporte. Y un carril bici mal pensado o construido, en la guerra diaria del tráfico, siempre corre el riesgo de ser más peligroso para un ciclista que para un automovilista. Existe una gran confusión sobre el asfalto, y a menudo esta confusión se convierte en objeto de ira o sátira que se hace viral en las redes sociales, como en el caso del cruce ciclista entre Corso Monforte y Via Visconti di Modrone, también en Milán.
Sin embargo, según datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente, el transporte por carretera es uno de los principales responsables de las emisiones totales de CO2 en la UE, y los turismos en particular generan el 60,6% de las emisiones totales. Un informe publicado el 22 de abril por la Organización Mundial del Clima y el servicio Copernicus (el sistema de seguimiento por satélite de la Unión Europea) determinó que 2023 fue uno de los años más calurosos jamás registrados en Europa. Por no mencionar que una ciudad respetuosa con el transporte alternativo aumentaría sin duda su seguridad y habitabilidad en muchos otros aspectos. Pero cuando una cuestión es divisiva, también se vuelve perversamente codiciosa. Cuando una batalla puede arrebatar votos al enemigo, el animal político siempre olfatea la oportunidad y prescinde de buena gana incluso del sentido común. Véase la reciente reforma del Código de Circulación por Matteo Salvini, ministro de Transportes del gobierno Meloni. Se trata de una medida punitiva para quienes optan por la micromovilidad, acusa la oposición. Entre otras cosas, Salvini elimina la cláusula de la legislación europea que permitía circular en bicicleta en ambos sentidos, considerada por muchos como una de las formas más eficaces de reducir la velocidad media en los centros urbanos. Pero, aún más extraño, reduce la autonomía de los municipios a la hora de construir nuevos carriles bici introduciendo, en algunos casos concretos, un requisito de evaluación ministerial. Una elección cuando menos paradójica para un político procedente de un partido que, como la Liga, nació para reivindicar las virtudes de la autonomía local.