¿Qué tres objetos llevarías a una isla desierta? Las respuestas son prácticamente infinitas. Sin embargo, todas comparten un rasgo común: alguno de estos tres objetos, o quizás incluso los tres, estará hecho de plástico.
Desde su invención y expansión globalizada, en los inicios del siglo pasado, los plásticos nos han ido invadiendo lentamente.
Resulta muy barato producirlos y muy fácil rechazarlos. Ahora nuestra sociedad es tan dependiente de los plásticos que se llegan a generar cerca de 400 millones de toneladas de residuos plásticos al año y, según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se llegará a los 500 millones para el año 2020. Pero, únicamente un 9% de estos residuos se reciclan y vuelven a posarse en circulación.
El problema del reciclaje
“No reciclamos bien”, advierte Alejandro Piñol, técnico en prevención de residuos del área Metropolitana de Barcelona (AMB). “Lo que puede recuperarse es poco y de mala calidad. Hay que reciclar en origen, en nuestras casas”. Se trata de reducir el consumo de plásticos.
La campaña “Mejor que nuevo”, de la cual Piñol es uno de los máximos responsables, busca que los ciudadanos tomemos conciencia, pero de una manera más práctica. “Se trata de ofrecer algunas herramientas para poder volver a los orígenes, a vivir como lo hacían nuestros abuelos y a adquirir hábitos de consumo saludables: a comprar a granel, a reutilizar objetos o incluso a reparar cuando sea necesario. Tenemos que cortar el problema en el inicio de la cadena, evitando generarlo”, añade. Y tiene razón, porque la gestión de los residuos plásticos quizás es uno de los mayores problemas medioambientales a los cuales tendrá que enfrentarse la sociedad del siglo XXI.
Un ejemplo. Una botella de plástico tarda una media de entre 450 y 600 años a degradarse completamente. Y de ellas se fabrican en el mundo unas 20.000 cada segundo. Únicamente un pequeño porcentaje de estas botellas será reciclado y posteriormente incinerado.
Si todo sigue igual, los envases de nuestros refrescos preferidos nos sobrevivirán durante varias generaciones. Acabarán, en el mejor de los casos, junto a una gigantesca montaña de residuos en un vertedero controlado, gestionado con toda probabilidad por nuestros bisnietos.
Una amenaza para las especies marinas
Muchos de estos residuos acaban en medio de la naturaleza, lo que supone un problema todavía más grave. “La mayoría de la basura que encontramos en los océanos proviene básicamente de tierra”, afirma Blanca Bassas, bióloga de la Fundación para la Conservación y Recuperación de Animales Marinos (CRAM). A menudo, tortugas, delfines y ballenas confunden los plásticos con prisas y se los comen, o bien acaban enredados con ellos. Cuando esto pasa, sus horas de vida están contadas.
“Más de la mitad de los animales que llegan al centro lo hacen por incidentes relacionados con los residuos plásticos. Se suelen recuperar tortugas con bolsas en el estómago e incluso algunas que se han tragado palillos de las orejas o pajitas de plástico y han quedado paradas en sus esófagos”, se lamenta Blanca Bassas. Pero la cosa no acaba aquí, porque una vez al agua, los plásticos empiezan a degradarse, formando una sopa de microplásticos. Las consecuencias son todavía imprevisibles.
Los expertos hablan que hay cinco islas de plásticos en nuestros mares, que crecen día a día, descontroladas. “Desconocemos su efecto real sobre la salud humana, aunque es muy probable que muchos de ellos sean tóxicos para nosotros”, advierte Bassas. “El que está claro – dice – es que una vez los peces los ingieren entran a formar parte de la cadena alimentaria”, donde se acumulan en tejidos musculares y órganos.
Además, para la bióloga, las consecuencias de tanto plástico en los océanos no solo tienen que ver con la contaminación, sino que también puede llegar a suponer un grave problema para la diversidad del planeta. “Muchas especies invasoras usan los plásticos marinos como medio de transporte. Se han encontrado especies aferradas en una botella que flota por el océano y que han llegado a zonas donde hace unos años era impensable encontrarlas”, afirma alarmada, imaginando el peligro que este hecho supone para los ecosistemas más frágiles.
La esperanza en la educación ambiental
La educación ambiental es una herramienta imprescindible para hacer frente al problema. Es por eso que ya son muchos los centros educativos que intentan formar futuros ciudadanos comprometidos con su entorno. “Los hábitos que se aprenden de pequeños, como tender a producir los mínimos residuos posibles, perduran en la vida adulta”, asegura Paulina Pérez, coordinadora de una red de Escuelas Sostenibles, un proyecto que busca incrementar la sostenibilidad en los centros escolares, para repercutir positivamente sobre toda la comunidad educativa.
En las escuelas de la red se procura que el impacto de la vida académica sobre el medio ambiente sea el mínimo posible. Para Pérez, resulta esperanzador ver cómo “son los jóvenes los que toman partido e intentan cambiar aquello que les rodea y que los afectará en el futuro, influyendo también a sus familias”. “Pero no los podemos dejar solo”, añade, “hace falta que consumidores y administración trabajamos unidos para encontrar soluciones”.
Mientras esto pasa, algunos héroes anónimos han decidido empezar a hacer girar la rueda por su cuenta. “No se trata que unos pocos hagan las cosas perfectas, sino que haya muchas personas haciendo cosas, aunque sean imperfectas”. Este es el espíritu con que nace Pure Clean Earth, un proyecto sin ánimo de lucro, surgido a Barcelona y con numerosas réplicas en todo el mundo.
Pure Clean Earth casi todos los fines de semana organiza limpiezas de playas y lugares públicos a través de las redes sociales, siempre con una doble misión: limpiar el que otros ensucian y crear conciencia.
Andrea Torres, cofundadora de la iniciativa lo tiene muy claro. “Se puede vivir sin plásticos, solo hay que tomar conciencia e ir cambiante hábitos despacio”. Admite que no es una tarea fácil: “no es sencillo llegar al Zero Waste (residuo cero), porque el plástico nos rodea, pero sí que podemos reducir drásticamente los residuos que generamos”. Para Torres “no se trata de salvar al mundo, sino de ayudar a cambiar hacia dónde va. Sólo hay que buscar alternativas”.
Alternativas al plástico
Con este objetivo surgió hace poco más de un año ‘Yes future’, el primer supermercado libre de plásticos de Barcelona, una iniciativa pionera que ha roto con el concepto tradicional de supermercado. Olga Rodríguez, propietaria del local, coincide con Torres en la dificultad de deshacerse de este material al 100%: “se puede llegar a vivir sin plásticos, pero para lo cual hay que ponerles las cosas fáciles a los consumidores”. Por eso, en su tienda los clientes compran con sus propios envases reutilizables.
La iniciativa lo han seguido otros negocios próximos ampliando su oferta de productos libres de envoltorios. Aun así, todavía queda un largo camino para recorrer. “Consumidores y proveedores a menudo tenemos que renunciar a ciertos productos o marcas para evitar generar residuos plásticos innecesarios”.
Sea como fuere, lo cierto es que el cambio ya ha empezado y que cada vez hay más alternativas al plástico, más investigación en nuevos materiales, más propuestas de economía circular, en que el residuos plásticos pasan a convertirse en recursos y no en simples desechos inútiles, y más iniciativas que nos invitan a acercarnos al residuo cero.
Parece que estamos cerca del desastre, pero todavía queda margen para la esperanza. Ahora solo nos hay que saber si el día en que nos toque viajar a esta isla desierta tendremos que escribir un mensaje de auxilio desesperado, o bien uno en que indicamos a nuestros posibles rescatadores que se lo tomen con calma, que allá no se está ni mucho menos tan mal. Eso sí, entre estos tres objetos personales tendremos que incluir solo papel y lápiz, porque la botella en la cual enviamos el mensaje hace tiempo que ha llegado a su destino. Y estará todavía muchos años allá, esperándonos.
Otro futuro es posible
“The future is this way”, dice un cartel a la entrada. Quién les tenía que decir a Olga Rodríguez y Alejandro Martínez que vivir en un tercero sin ascensor sería la clave que los abriera la puerta al futuro. “Estábamos cansados de subir y bajar escaleras para ir a tirar la basura y pensamos que habría mucha gente como nosotros”, hace broma Rodríguez. Fue la chispa con la cual se inició el proyecto de crear el primer supermercado libre de plásticos de Barcelona.
“Yes future” invita a pensar en un futuro alternativo, en el cual los cepillos de dientes de bambú, los estropajos vegetales y las pajitas metálicas serán la realidad diaria de centenares de personas que se plantean una existencia más respetuosa con su entorno.
“En este supermercado se compra a granel y los clientes llevan sus propios envases”, afirma la copropietaria, así no hay que obligar a nadie a consumir una cantidad mínima de producto. “Somos facilitadores. Intentamos poner las cosas más fáciles a la gente”, añade. “Coges el que quieres, pagas y te vas”. Si olvidas el envase en casa, puedes comprarte un reutilizable, pero siempre como último recurso.
Se trata de un establecimiento en el cual los clientes pueden conseguir todos los productos necesarios de uso cotidiano: legumbres, pasta, galletas, frutos secos, cereales, especies. Todo en tarros de cristal, a punto para el autoservicio. Sin bolsas y, si hay alguna es de papel.
“Todos los productos que ofrecemos son ecológicos y acuerdos con nuestra filosofía, si no, no los llevamos”, asegura Rodríguez. Así los clientes, que cada vez son más, pueden estar seguros que aquello que consumen ha tenido una gestión sostenible durante todo el proceso.
“Yes future” se ha convertido en un reducto libre de plástico en el corazón de Barcelona, en una idea pionera que lucha para mostrar a la sociedad que otro futuro, uno sin plásticos, es posible.
Todo llegará. Despacio. De momento ya nos han indicado cuál es el camino.