Después de comer, en una hora muy calurosa del verano barcelonés, rara vez hay un rayo de sol que llegue directamente a la acera de la calle Consell de Cent. Cualquiera que pasee por esta vía de la ciudad se olvida de que está en una gran metrópolis cuando levanta la vista y ve las copas de los árboles a ambos lados de la calle fundiéndose para formar un techo verde continuo. A ras de suelo, hay multitud de bancos y mesas donde los lugareños se sientan a charlar, los repartidores a domicilio descansan junto a sus bicicletas y los turistas, que hacen tan audible el inglés como el castellano o el catalán.
Los dos kilómetros y más de setecientos metros de la calle Consell de Cent discurren por el Eixample barcelonés, uniendo el famoso paseo de Sant Joan con el parque Joan Miró, en las inmediaciones de la plaza de España. Heredera del Plan Cerdá, que a mediados del siglo XIX empezó a construir la parte moderna de la ciudad en una cuadrícula de calles perfectamente paralelas y perpendiculares, la calle Consell de Cent describe una línea recta hacia el norte del centro histórico de la capital catalana. Sin embargo, cruzarlo de un extremo a otro se ha convertido en privilegio exclusivo de peatones, patinetes y bicicletas.
Y es que, dentro de su proyecto de urbanismo verde, el Ayuntamiento de Barcelona ha puesto en marcha el innovador concepto de «superilles», zonas de barrio donde el tráfico rodado está muy limitado, priorizando los movimientos peatonales, con el objetivo de promover «un espacio público saludable, más verde, más justo y más seguro, que favorezca las relaciones sociales y la economía de barrio», según el Ayuntamiento de Barcelona. En la calle Consell de Cent, el asfalto ha desaparecido, la acera es la misma en toda su anchura y está hecha a medida de los peatones. La circulación no puede superar los 10 kilómetros por hora y, salvo contadas excepciones, al final de cada manzana la sección de la calzada obliga a los conductores a ir en el sentido de la calle perpendicular. Actualmente, no es posible cruzar Consell de Cent más de 100 metros seguidos, mientras que antes de la reforma era posible atravesar sus más de 20 manzanas sin girar.
Los aparcamientos son ahora provisionales y las terrazas han aprovechado para ganar espacio en la calle. El eje verde de Consell de Cent se complementa con tres ejes perpendiculares más pequeños en las calles de Girona, Rocafort y Comte Borrell. Entre esta última y el Passeig de Gràcia se encuentra la parte del recorrido que probablemente le valió a la revista Time Out el honor de ser la décima calle más cool del mundo. En esta zona se multiplican las galerías, los espacios de coworking y los restaurantes.
Sin embargo, hay excepciones. En la parte más concurrida de la calle, varias cajas de melocotones, aguacates, nectarinas y uvas llaman la atención sobre la puerta que las flanquea, en la que un toldo amarillo reza «Fruites Alcaley». António lleva 25 años trabajando en el negocio familiar y desde detrás del mostrador donde habla ha sido testigo de la transformación de la calle. «Ha sido positivo para el comercio», dice, «antes pasaban coches, ahora la calle es más bonita y tenemos más visibilidad».
Verde, pero ¿para quién?
El paseo marítimo de la calle Consell de Cent es un producto popular entre las masas de turistas que visitan Barcelona cada año -sólo en 2023, 26 millones de visitantes pernoctaron en el área de Barcelona, según cifras oficiales-. Testimonio de ello son los numerosos establecimientos que anuncian brunchs en inglés con menús bastante ajenos a la cocina española, en los que el aguacate (una fruta tropical que recientemente ha ganado popularidad en todo el mundo) tiene una presencia garantizada.
Y a medida que arrecian las protestas vecinales contra el exceso de turismo en la capital catalana, surgen preguntas sobre quiénes son los verdaderos beneficiarios de los proyectos urbanos de la ciudad. En este sentido, Barcelona es una de las ciudades europeas que ha merecido más investigaciones académicas sobre el impacto que la implantación de nuevos espacios públicos verdes puede tener en la exclusión o el desplazamiento de parte de la población de sus zonas circundantes. Se trata de la llamada gentrificación verde, en la que los proyectos verdes acaban revalorizando las zonas donde se implantan hasta el punto de provocar la marginación de sus habitantes más vulnerables económicamente.
No obstante, menos de dos años después de la finalización de las obras, todavía no hay datos sobre el impacto que la transformación de la calle Consell de Cent haya podido tener en la vivienda del barrio. El Instituto de Estadística de Barcelona sólo dispone de datos sobre el precio de los alquileres y la demografía de los habitantes de cada barrio para el periodo comprendido entre 2015 y 2021, que termina antes de que el proyecto haya finalizado. No obstante, podemos señalar que en los barrios que atraviesa la calle (La Dreta de L’Eixample, L’Antiga Esquerra de L’Eixample y La Nova Esquerra de L’Eixample) el alquiler medio anual por persona ha subido al menos 2.250 euros en los siete años analizados, en línea con el proceso de subida insostenible del precio de la vivienda.
A los ojos de Antonio, que ha vivido día a día la metamorfosis de la calle entre cajas de verduras y frutas, el perfil de los transeúntes no parece haber cambiado mucho y asegura que «los clientes de antes siguen siendo los mismos». Comenta que se trata de una calle en la que los vecinos hacen la compra y se relacionan, pero que es frecuentada sobre todo por «mucha gente de toda la ciudad a la que le gusta venir aquí a pasear».