La palabra “infancia” tiene su raíz en el latín “infantia”. Su composición viene del prefijo “in-“ (que significa “no”) y “fari” (que significa “hablar”). El sentido original del concepto remitía al período de la vida en el que los niños no pueden hablar o expresarse verbalmente de manera plena. Sin embargo, a lo largo del tiempo, el significado de «infancia» se ha ampliado para abarcar todo el proceso vital desde el nacimiento hasta la adolescencia. Nada más lejos de la realidad, la etimología de la palabra se convierte en un indicio de lo que sucede: en la estructura social, la voz de los niños (y adolescentes) no tiene un espacio reconocido, por lo que ―literalmente― los niños y jóvenes no pueden hablar. Esta invalidación y dominación tiene nombre propio: adultocentrismo.
La solución de tensiones, una imposición desde la adultez
Las dinámicas de opresión son una constante en las sociedades: razón de raza, de identidad, de género… la interseccionalidad entre todas estas cuestiones está atravesada también por la edad. UNICEF relaciona de modo directo que el adultocentrismo se construye sobre el orden social del patriarcado, estableciendo un engranaje de dominación y poder dónde “los varones dominan la esfera pública, gobierno, religión, y la privada (el hogar). Se somete o excluye a las mujeres por razón de género y a los más jóvenes por la edad”.
Para el sociólogo Claudio Duarte Quapper, la sociedad occidental está marcada por la condición adultocéntrica y se refleja en las relaciones de dominio entre diferentes clases de edad, desde la niñez hasta la adultez mayor. El experto indica que estas relaciones y las expectativas sociales asociadas a cada grupo han sido moldeadas a lo largo de la historia por factores económicos, culturales y políticos, lo que ha arraigado esta dinámica en los imaginarios sociales. Esta condición adultocéntrica influye tanto en la reproducción material como simbólica de la sociedad, por lo tanto, sería una cuestión asentada en la estructura de la sociedad, erigiéndose como un modelo de organización social.
La estructura de poder existente en torno a la edad genera una serie de tensiones y conflictos que han encontrado su canalización a través de “una intervención del establishment adulto”, según el estudio “Niñez en movimiento : del adultocentrismo a la emancipación”. En síntesis, se menciona un ejemplo claro: “de una sociedad adultocéntrica no puede esperarse más que los derechos de lxs niñxs sean elaborados y definidos íntegramente por adultxs, sin participación alguna de las nuevas generaciones, tal como ocurrió con la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño”. Con ello, los autores desarrollan que la resolución de conflictos se impone desde la adultez y viene con “el uso de la fuerza física hasta la implementación de cuerpos legales, regulaciones políticas, políticas públicas y discursos que, aunque se autoproclaman científicos, actúan como herramientas de control”. Como parte del análisis, se atribuye una hipótesis clave, y es que el “proceso acumulativo de mecanismos no hace sino agravar y perpetuar las condiciones de desigualdad y dominación existentes”.
Consecuencias del sistema y sus dinámicas de perpetuación
Sobre las consecuencias de esta jerarquía, el Instituto Psicológico Cláritas apunta que “esta forma de ejercitar el poder tiene consecuencias directas, en primer lugar, en los niños”. En esta línea, se ponen como ejemplo que frases como “ya lo entenderás cuando seas mayor” pueden llevar a que los infantes piensen que “es el adulto quien, además del poder, tiene la inteligencia y la capacidad de comprender y predecir los distintos eventos de la vida”. Esto privaría de autonomía y perjudicaría el desarrollo de un pensamiento crítico además de incapacidad para “generarse ideas adecuadas y adaptativas del mundo”.
En el caso de los adolescentes, los eternos señalados, el informe de UNICEF clama a un error flagrante que les impide el desarrollo como personas con identidad propia: “el adolescente no es ‘menos adulto’ o un ‘pequeño adulto’ insuficientemente desarrollado. La adolescencia no es una etapa de preparación para la vida adulta, es una forma de ser persona hoy, válida y respetable”. El carácter “agitado” atribuido a la etapa adolescente es un mecanismo más de control de su comportamiento. La construcción social de la adolescencia como “transición conflictiva de preparación a la vida adulta” ha impactado y se ha instalado en el imaginario común social, invalidando de manera sistémica a este sector etario.
El informe “Adultocentrismo y políticas públicas locales: percepciones y propuestas juveniles” del Síndic de Greuges de Barcelona analiza como se perpetúa este sistema, llegando a una serie de conclusiones que apuntan a la propia administración y ejecución de políticas públicas: “tal como hemos observado a través del estudio, tanto desde los discursos juveniles como desde de los discursos más institucionales, existe una distancia significativa entre la juventud y las administraciones que se materializa en diferentes sentimientos y percepciones: lejanía, desatención, dificultad relacional, menoscabo y falta de espacios y de escucha, entre otros”.