Para los jóvenes, la digitalización representa una trampa importante; a veces tener más likes, jugar online y otras interacciones a través de la red desanima a participar en actividades sociales y deportivas presenciales.
No es cierto que solo las personas mayores se sientan solas. Hay múltiples indicadores que muestran el malestar emocional y la falta de apoyo social. En la última ola de la Enquesta de Salut de Catalunya (2023) se refleja que un 22,1% de la ciudadanía tiene algún malestar emocional y que un 25% no tiene a nadie o solo a una o dos personas con quienes compartir sus problemas.
Ahora bien, la soledad no responde únicamente a la falta de relaciones sociales, sino que es, sobre todo, la insatisfacción con las relaciones existentes o la ausencia de estas, advierte el doctor Juan Carlos Durán, del Hospital San Juan Grande de Jerez de la Frontera, en SOM Salut Mental, una iniciativa de 14 entidades bajo el paraguas de Sant Joan de Déu, para dar información y sensibilizar sobre la salud mental. Es decir, aunque el aislamiento puede ser determinante, no es sinónimo de soledad. Se aleja así la imagen de personas mayores solas en casa. La soledad les afecta a ellos, sí, pero también a jóvenes que pasan el día frente al móvil.
“Detectamos un incremento de la soledad más allá de las personas mayores”, explica Juanjo Ortega, director de la obra social de Sant Joan de Déu, que llevó a cabo una campaña de sensibilización en el marco de la semana contra la soledad no deseada a principios de octubre, “un 25% de los niños y jóvenes dicen que en algunos momentos se sienten solos y en muchos casos no tienen a nadie en quien confiar”. Según Ortega, la soledad de las personas mayores está marcada por la muerte de familiares y amigos y por las limitaciones físicas, situación que se agrava en entornos rurales, y, por tanto, la respuesta debe ser conseguir una vida activa: “Hay que superar la pereza y salir de casa”.
Ahora bien, para los jóvenes la digitalización representa una trampa importante. “Ahora es más fácil simular que tienes vida social desde casa”, advierte Ortega, quien señala que tener más likes, jugar en línea y otras interacciones a través de la red desanima a participar en actividades sociales y deportivas presenciales, “la vida desde el sofá evita conflictos porque simplemente basta con hacer un unfollow, pero, cuando tienes problemas, las redes ya no funcionan”. Ahora, ante el acoso, la gordofobia, el racismo… es más fácil aislarse en la tecnología, rompiéndose las redes de ayuda mutua.
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Todo esto va acompañado de un mundo cada vez más individualista. Ahora casi todo se puede hacer desde casa: informarse, comprar, jugar, ver películas… Pero esto implica quedar menos con los amigos, no hablar con los responsables de los comercios del barrio –cada vez más fagocitados por la venta online y las grandes superficies–, no conocer a los vecinos, no implicarse en las entidades del pueblo… Incluso el trabajo ahora se puede hacer desde casa, reduciendo los espacios de encuentro con los compañeros de trabajo.
El director de la obra social de Sant Joan de Déu advierte que esta tendencia al aislamiento supone la ruptura de las redes comunitarias, una situación que, en el caso de familias con segundas residencias, se agrava aún más, ya que a menudo pasan los fines de semana fuera del municipio donde realizan su vida diaria, de manera que los hijos tienen menos capacidad de relación con su entorno cotidiano: “Es un problema estructural, así que necesitamos fortalecer la vida social con el pequeño comercio, el deporte escolar en equipo, los clubes de lectura…, cualquier espacio atractivo y que, sin pretenderlo, sea socializador”.
La juventud
Un estudio del Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada recoge que un 25,5% de los jóvenes de entre 16 y 29 años se encuentra en situación de soledad, 5,5 puntos por encima de la media del conjunto de la población. De hecho, esto representa más soledad que entre las personas mayores, ya que entre los 65 y 74 años se registra la menor prevalencia de soledad (14,5%) y es justo después cuando se evidencia un repunte (hasta el 20%, valores equiparables a la franja de entre 35 y 44 años y exactamente la media calculada por el Observatorio).
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Laura Gallego, trabajadora social y referente de Escolta Jove, un programa de acompañamiento emocional impulsado por la Diputación y que llega a Sant Cugat a través de la OhFicina Jove!, explica que es muy importante cuidar la salud mental, especialmente en la adolescencia, porque es cuando las personas construimos nuestra identidad. El servicio acaba de empezar a funcionar este mes de septiembre y, por ahora, no han detectado casos de soledad, pero sí un abuso de pantallas que puede allanar el camino hacia esta problemática. De hecho, en la OhFicina Jove! también se encuentra la asesoría sobre drogas y pantallas 1 Segon, que depende de un plan elaborado por el Ayuntamiento.
El objetivo de estos servicios, explica Gallego, es poder derivar a los jóvenes allí donde sea necesario para garantizar una buena atención. Por ello, acuden a los institutos a explicar la existencia de los servicios y también proponen talleres en los centros educativos a través del Programa de Dinamización Educativa, una oportunidad para hablar sobre el sentimiento de pertenencia al grupo, el acoso, la empatía y la exclusión, entre otros temas. La colaboración se completa con la mesa de salud mental, donde se agrupan entidades y servicios que realizan actividades relacionadas con la salud mental. De esta manera, Escolta Jove puede mantener contacto directo con los profesionales de los centros educativos y sanitarios, así como con servicios especializados para jóvenes, como el Centre de Salut Mental Infantil i Juvenil (CSMIJ).
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La gente mayor
Más allá de la alarma que representan los datos de soledad en los jóvenes, las personas mayores siguen siendo un colectivo de riesgo, ya que la pérdida de movilidad se suma a la muerte de amigos y familiares y a la falta de visitas de hijos y nietos. “Un 80% de las personas que vienen a la Llar d’Avis son mujeres viudas”, advierte Joan Cortadellas, presidente de la Llar d’Avis de la Parròquia de Sant Cugat, que, junto con los otros seis casales de personas mayores de la ciudad, desarrolla una labor esencial para que los mayores se encuentren y realicen todo tipo de actividades. A la Llar d’Avis acuden 750 personas, de las cuales 600 son socias. Para Cortadellas, que también es vicepresidente del Consell de la Gent Gran, es fundamental garantizar que los casales de los barrios estén activos y, si es posible, abrir más para evitar largos desplazamientos que las personas con movilidad reducida no pueden realizar: “Venir les obliga a salir de casa y arreglarse, mientras que quedarse en casa es morir un poco cada día”. Sin embargo, algunos casales necesitan voluntarios y revitalización para asegurar que desempeñan correctamente el papel que les corresponde.
La atención a las personas mayores también preocupa a las administraciones, que, más allá de los servicios de atención domiciliaria que ofrecen apoyo durante unas horas al día, impulsan programas para atender la soledad no deseada. Es el caso del programa Nexes de la Diputación, que durante 2023 intervino en 300 casos con el objetivo de llegar a un millar de beneficiarios. Este programa está dirigido a personas mayores de 65 años que ya han sido detectadas por los servicios sociales a través de la teleasistencia o del SAD, o mediante el padrón municipal, con el objetivo de garantizar un acompañamiento de la mano de las entidades y el vecindario para mejorar su bienestar.
La migración, la precariedad y el aislamiento Otro factor determinante de la soledad es la migración, ya que las personas recién llegadas a menudo no cuentan con una red de apoyo en la sociedad de acogida, por lo que tardan un tiempo en poder construirla. Sin embargo, Gabriela Poblet, doctora en Antropología Social y Cultural, profesora en la UAB y directora de Europa Sense Murs, explica que la falta de una red social no provoca de forma automática una situación de soledad, aunque es cierto que los vínculos de acogida se reducen con la desaparición gradual de los locutorios y otros espacios donde las personas migradas podían encontrarse y compartir experiencias. También hay que tener en cuenta, advierte la profesora, que ha cambiado el perfil de la migración, con un incremento de las migraciones por violencia, las cuales generalmente están asociadas a una mayor desconfianza.
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“Muchas trabajadoras hacen jornadas de 24 horas al día durante toda la semana”, advierte la experta en referencia a las personas que trabajan como internas cuidando a personas mayores o dependientes, dificultando así cualquier tipo de encuentro con amistades y familiares. “El régimen interno descapitaliza socialmente, y me he encontrado con mujeres que me explicaban que se sentían como un robot”. Esto pone de manifiesto el llamado Síndrome Italia, denominado así por las mujeres rumanas que migraban a Italia para cuidar a personas mayores y que, al regresar a su país, necesitaban un proceso de recuperación tras el aislamiento.
“Nosotras lo aprendimos con la pandemia, pero ellas ya lo vivían antes”, advierte Poblet, quien señala que la única alternativa que tienen para no perder el empleo es relacionarse a través de las tecnologías y, en segundo lugar, intentar negociar días libres. “Muchas no pueden dejar el trabajo porque eso implicaría dejar de enviar dinero a sus familias y, además, no existe un convenio colectivo ni se pueden realizar inspecciones laborales porque se trata de domicilios particulares”. La negociación, por tanto, se da entre particulares y, a menudo, explica la experta, las familias creen que el malestar de la persona contratada se debe al duelo migratorio y no a las condiciones laborales: “Trabajar como interna es estar permanentemente en una vida ajena”.
Otros factores y colectivos en riesgo
La soledad afecta a todo el mundo, pero especialmente a colectivos señalados y estigmatizados. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el colectivo LGTBIQ+, cuya soledad ha sido poco analizada y que solo cuenta con datos específicos en los Países Bajos. Según recoge el artículo Soledades, envejecimiento y diversidad sexual y de género. La experiencia de la Fundació Enllaç [junio 2022], de Josep Maria Mesquida, Joan Casas-Martí y Adela Boixadós, la soledad moderada entre las personas LGTBI alcanza un 34% (12 puntos más que la media de toda la población) y la extrema se sitúa en un 16% (13 puntos más).
Otro colectivo en riesgo es el de las personas con discapacidad, de las cuales un 50,6% afirman estar en situación de soledad, según el Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada. Una mayor prevalencia que también se evidencia entre personas con problemas de salud mental y enfermedades mentales no consideradas discapacidades. El estigma y el aislamiento alejan a estas personas de muchos espacios de socialización, incrementando su sensación de soledad y haciendo necesarias iniciativas de relación entre ellas, como el Club Social Espai de Lleure de l’Ateneu. Este espacio está dirigido a personas con problemáticas de salud mental de larga duración y ofrece talleres guiados, actividades autogestionadas, intercambios sociales, salidas y eventos culturales.