El festival se rinde al pop de mano de las “Supernenas”, Charli XCX, Sabrina Carpenter y Chapell Roan, las headliners más globales de su historia.
Barcelona ejerce una atracción magnética sobre la creación contemporánea. Un centro neurálgico que constituye ese ecosistema es el Primavera Sound, celebrado un año más a las puertas del mar en el Parc del Fórum.
El peregrinaje internacional anual consolida al festival como mucho más que una cita musical: es un fenómeno que sitúa a la capital catalana como punto de toma del pulso artístico del momento. En su edición de 2025, el festival ha registrado récord de asistencia con 293.000 personas, teniendo en cuenta las 71.000 personas en cada una de las tres jornadas, a las que se han sumado 20.000 asistentes a los conciertos en salas del Primavera a la Ciutat, más las 30.000 que estuvieron en la Jornada Inaugural gratuita, las mismas que disfrutaron de la fiesta electrónica de clausura, el Primavera Bits by Nitsa.
El sold out se consiguió cinco meses antes del inicio del festival, “ha sido una edición histórica que ha convertido a Barcelona en el epicentro de la música durante una semana”, destacaba Alfonso Lanza, codirector del festival, durante la rueda de prensa de balance celebrada el sábado pasado. Y es que la fiebre por vivir el Primavera Sound ha traspasado más fronteras que nunca. El público internacional ha escalado siete puntos respecto al año pasado hasta representar un 65% del total con una media de edad de 29 años, que se han dejado 300 millones de euros en la ciudad. En la edición de este año, el público ha provenido de hasta 136 países distintos, dejando pocos sin representación en el espacio del Fòrum e incorporando 13 nuevos respecto a la última edición. El público residente en Barcelona ha representado un 25% del total, mientras que el Reino Unido ha vuelto a liderar como el país que más visitantes ha aportado, seguido de Estados Unidos e Italia.
“Estamos en el top 3 de festivales internacionales, somos un festival competitivo”, destaca Marta Pallarés, jefa de relaciones institucionales del Primavera Sound. Una visión que lejos queda de la primera edición del festival celebrada en 2001 en el Poble Espanyol. Sus promotores, Alberto Guijarro, Pablo Soler y Gabi Ruiz eran tres nostálgicos del indie de los noventa que traían a la capital catalana a sus bandas favoritas.

La vocación internacional de la edición de este año ha quedado especialmente plasmada en uno de los hitos más comentados del cartel, el concierto conjunto de Charli XCX y Troye Sivan, dos referentes del pop queer, que eligieron Barcelona para presentar su único show compartido en Europa bajo el título SWEAT.
La actuación de la primera noche del festival fue uno de los momentos más celebrados, y funciona como emblema del espíritu que busca el evento, un cruce de estéticas, geografías e identidades que convierte a Barcelona, durante una semana y mucho más allá, en el epicentro emocional y creativo de la música global.

La irrupción al escenario de la británica llegó con un detalle que no pasó desapercibido, dejando caer una cortina con el ya icónico verde brat, pero esta vez rota y salpicada de manchas marrones, en perfecta sincronía con la portada modificada que había aparecido esa misma semana en Spotify. Una declaración de intenciones, puesto que se cumplía exactamente un año del lanzamiento del disco. Ese verde ácido, tan contradictorio como la era que representa, se ha vuelto ya tan identificable para la generación Z que Pantone debería plantearse rebautizarlo oficialmente. Es un manifiesto visual, una declaración de humor, asco, ironía y deseo. Charli lo celebró con un directo abrasivo y rotundo, reinterpretando sus temas como si necesitara romperlos en mil pedazos para volver a darles forma. “365”, “Von dutch”, “Everything is romantic”, lejos de la nostalgia, todo sonó más crudo, más rudo, más brillante. Cuando Chappell Roan apareció en las pantallas del escenario para el baile viral de “Apple”, no fue solo un guiño entre ambas headliners, fue la escena final de una película que podría considerarse que llevaba un año fraguándose, erigiendo una nueva estirpe de reinas del pop, unas reinas imperfectas, queer, cuyo hábitat natural nunca había sido el main stage de un festival tan hegemónico.
Troye Sivan, por su parte, encontró en el mismo escenario el lugar perfecto para celebrar su 30 cumpleaños, rodeado de gritos y abrazos que brotaban desde la pista. Interpretó “Rush” y “One of your girls” como si fueran himnos de consagración personal, pero también generacional. Su agradecimiento al público —pronunciado en un español esforzado pero dulce— reforzó esa simbiosis casi íntima. Momentos de complicidad entre ambos artistas interactuando entre ellos y cantando juntos dos colaboraciones, “1999” y un cierre eléctrico con “Talk Talk”.

El mismo escenario había presenciado horas antes una liturgia a un tempo totalmente distinto. FKA Twigs tejió una performance suspendida entre un pop difícil de categorizar, un pop en el que no caben las etiquetas ni los pronombres. Con un aura construida en la danza conceptual, y con un andamio de soporte —que luego sería usado en la presentación del SWEAT tour— el concierto fue tomando identidad entre barras de pole-dance, cambios de peluca, de tono y una iluminación precisa que soportó la delicadeza de un set igual de progresivo que delicado.
Si bien el pop reina en Primavera, cuando llega la madrugada los raveros salen de sus madrigueras. Brutalismus 3000 reventó los cimientos físicos y conceptuales del Parc del Fòrum. Victoria Vassiliki y Theo Zeitner salieron con actitud de combate, armados con bases industriales, gritos guturales, banderas negras y un ritmo absolutamente sucio que convertiría el espacio en una rave post-apocalíptica. Su directo fue lo que su nombre promete: brutalismo sonoro y unos beats venidos del año 3000. Sin construcciones narrativas ni crescendos calculados, sonaron como si Kraftwerk, después de una mala resaca de postcapitalismo y speed, decidiera romper sus propios sintetizadores para hacer rave-punk en un warehouse ocupado. Una sucesión de mazazos rítmicos y abrasivos en un festival donde gran parte de la electrónica busca ser elegante, comercial, apta para todos los públicos, Brutalismus 3000 eligieron montar un exorcismo, ser feos, incómodos y absolutamente memorables.
La segunda jornada del festival aguardaba la esperada actuación de Sabrina Carpenter. Con una propuesta estética normativa de pelo largo rubio, maquillaje femme y vestido de lentejuelas, la artista estadounidense dio una lección de como construir una estrella frente al espejo de TikTok. Su debut español fue un espectáculo de visuales rosados, con aires country, coreografías milimétricas y sonrisa perfecta. Pese al cierre del concierto con “Espresso”, su tema insignia, la cantante despertó furor en su ya clásico momento “juno position”, que consistió esta vez en disparar dos pistolas de confeti. La versión hot de “It’s raining men” fue otro de los puntos catárticos del concierto, con una entrega completa de un público capaz de elevar la temperatura atmosférica de Barcelona. “Guapa, guapa y guapa”, le coreaban los asistentes como si fuera la Virgen de la Macarena. “Oh no, not this again”, contestaba la estrella del pop confundida sin entender que estaba siendo canonizada. Poco después, recibía clases de catalán exprés del poco público local para acabar diciendo un “T’estimo” ininteligible, aunque la intención es lo que cuenta.

Los que no lo tuvieron fácil fueron los madrileños Carolina Durante, que actuaban solapados a Carpenter. Pese a ello, un Diego Ibañez en muletas, aún recuperándose de la lesión de ligamentos, consiguió canalizar el prime time de la escena nacional. Un estallido enérgico con canciones clave de la banda, como “Hamburguesas” o “Normal”, la colaboración con Rosalía que petó el algoritmo de los músicos chulapos. La artista catalana estaba presente en el concierto de la banda, apareció junto a ellos en un carrito de golf, pese a no salir en ningún momento al escenario.
El túnel hacia el final de la noche fue patrocinado por la DJ belga Amelie Lens, referente del panorama electrónico mundial. Unos bombos que parecían tener latido propio ofrecieron a la gente una evacuación sensorial necesaria, un espacio en el que poder dejar ir todos los inputs que se habían recibido durante el día. Con su característico corte bob largo, ropa negra austera y mirada imperturbable tras los platos, Lens derrocha estilo en su lenguaje favorito, el sonido. Seco, profundo y elegante, sin necesidad de barroquismos. La DJ representa una ortodoxia techno que arrasa la pista sin adornos ni concesiones, simplemente ella y su discreción en medio de un escenario solo apoyado por humo artificial y flashes estroboscópicos.
El último día del festival amanecía con resaca emocional, pero aún quedaban grandes balas en la recámara. La polifonía de los diversos escenarios encontraba un broche de oro con la última headliner, Chapell Roan. En el escenario Estrella Damm, bajo un cielo copado de nubes que nunca descargaron lluvia, Roan se presentó no solo como cantante, sino como la encarnación de una identidad performativa.
La temática fantasiosa de su puesta en escena coronaba con un estilismo de mariposa, aura gótica y maquillajes imposibles que convierten al referente lésbico en una artista polivalente que lleva su música al borde del show drag. La teatralidad que caracteriza su propuesta es la declaración de principios de alguien que no está jugando a ser estrella del pop: lo es, y lo hace a su manera. Antes del concierto pidió a sus fans que expusieran a sus exparejas, luego leyó los mensajes en el escenario. Entre confesiones, autoironía y un derroche de personalidad sin filtros, el público se entregó por completo con temas como “HOT TO GO!”, “Good Luck, Babe!” o “Pink Pony Club”.

Cuando parecía no quedar margen para la contención, Amaia apareció como una suave brisa marítima en medio del vendaval. Uno de los conciertos nacionales más esperados de la jornada que la joven ofreció sin visuales explosivos ni escenografía desbordada. Basó su propuesta en una voz desnuda, tenue, una delicadeza de artista antigua, como si esta no fuera la primera vez que vive.
La respiración colectiva se contuvo cuando la cantante interpretó con arpa “Ya está”, mostrando una vez más que el término artista no es solo el que mejor le define, si no que lo puede lucir con galones. Lo suyo no es contención por timidez, por miedo o por inseguridad, es contención por convicción. Una forma de resistencia suave que se impone sin violencia, como quien sabe que no tiene que llenar el espacio para habitarlo por completo. Amaia no necesita disfrazarse de nada, le basta con ser exacta, una grieta entre el exceso.
En la intimidad del escenario Schwarzkopf, un espacio más recogido que diáfano, Yung Beef puso en su sitio al underground nacional. Volvió a recordarnos por qué sigue siendo, pese a todo, una anomalía indispensable dentro del ecosistema musical español. Su directo fue un caos premeditado, un fragmento de rudeza y calle entre el brillo pop. No canta bien, no suena limpio, no busca la armonía. Tampoco lo necesita: su música visceral, turbia, desprende olor a cloaca, a herida abierta, a verdad.
En un festival donde muchas propuestas se ajustan al tempo de lo presentable, el suyo fue un carisma de genuinidad a contracorriente. El granadino ofreció un descenso a su propio imaginario. Desde los orígenes, pasando por el reggaeton de La Mafia del Amor, los himnos rotos, y su alter ego más kitsch y desencajado, Fernandito Kit Kat, hasta llegar a los temas más recientes. Cada parada era un pliegue distinto de su identidad: MC nihilista, crooner autotuneado en ruinas, amante tóxico, predicador desencantado, hombre partido.
No hubo nostalgia, hubo reapropiación. Lejos de celebrar su pasado, lo trituró y lo escupió como un acto de orgullo y autoafirmación. El show fue una procesión profana por sus infiernos, donde los visuales hablaban de pecados y el sonido de redención fallida. El final de la liturgia invertida vino con “Ready pa morir”. No como hit de cierre, sino como plegaria torcida, como un rezo desde el barro. Una canción que no se canta, se arrastra, que no busca consuelo, busca confesión. La última parada en una ruta de demonios que no se exorcizan, sino que se meten en la cama contigo.
La edición del 2025 ha encumbrado su internacionalización con la elección de artistas más mainstream, que este año ha apostado por el trío de divas del pop del momento, bautizadas como las “Supernenas”. Cabezas de cartel inmensamente populares entre la generación Z y musas del público LGTBIQ+ que representa al festival.

Y es que el Primavera Sound ha sabido convertirse en una especie de oasis queer durante un fin de semana largo que cada edición suma más adeptos. En plenas negociaciones entre el Ayuntamiento de Barcelona y Primavera Sound SL para la renovación del evento en el mismo espacio “por tres o cuatro años más”, según el codirector del festival, la posible construcción de un campo de fútbol en la plataforma marítima genera incógnitas sobre la continuidad del trato.Los organizadores se muestran tranquilos, ya que aseguran tener el compromiso del consistorio sobre la disponibilidad de un espacio crucial para los conciertos, puesto que es la ubicación de los escenarios principales. Por el momento, los centenares de miles de gays and girls que quieren volver a vivir una semana de ensueño pueden estar tranquilos porque las fechas para la edición de 2026 ya están confirmadas entre el 4 y el 6 de junio del año que viene.