La ecoansiedad es un sentimiento de angustia por el clima cada vez más presente entre la juventud, pero puede convertirse en un motor de cambio si se gestiona correctamente.
“¿Por qué deberíamos seguir con esto?”, arranca Sérgio Ribeiro, uno de los organizadores del Planetiers World Gathering, en la presentación del evento. Es el pistoletazo de salida de uno de los congresos sobre medio ambiente y cambio climático más importantes de Portugal. A las afueras del Palacio de Congresos de Aveiro, recinto que acoge el Planetiers, varios autobuses descargan a escolares que acuden a la cita por el planeta. Como Sérgio, muchos de ellos —y otros tantos asistentes— se preguntan lo mismo con respecto al clima. ¿Por qué seguir luchando por algo que ya se da por muerto? Si varios puntos de no retorno se han sobrepasado ya, ¿queda algo de esperanza?
Esto, sumado a la inacción política que bien se ha podido comprobar en las limitadas soluciones presentadas en el COP29 o la nefasta gestión de la DANA en Valencia, genera entre la gente una sensación de desasosiego y angustia que toma por nombre ecoansiedad o ansiedad climática. Esta condición —que los expertos evitan clasificar como patología— afecta sobre todo a los jóvenes. Una encuesta publicada en The Lancet y respondida por más de 10.000 jóvenes de diez países distintos calificaba de “muy o extremadamente preocupados” a más de la mitad de la muestra. Los mismos situaban en la clase política una respuesta insuficiente a la crisis climática y reportaban sentirse traicionados por sus gobernantes.
Tres de los chavales que bajan del autobús lo explican: se sienten angustiados por el estado del medio ambiente y hacen lo que está en su mano por cambiarlo, pero necesitan apoyo. “Ponemos de nuestra parte, yo reciclo en casa, pero tampoco podemos hacer una gran diferencia”, explica uno.
Sin embargo, esta misma ansiedad genera una respuesta diferente en la vida de cada individuo y, sobre todo, en su actitud. La doctora en Psiquiatría de Stanford Britt Wray define esta condición no como algo negativo, sino como una respuesta sana a una amenaza que se concibe inminente y que lleva a la persona a buscar soluciones. Por eso, sería conveniente preguntarnos: ¿existe detrás de esta ansiedad ambiental un deseo de cambio, un impulso a actuar?
El activismo como respuesta y remedio
La web del Pacto Europeo por el Clima recomienda la toma de partido —de un modo u otro— como una forma de enfrentar la ecoansiedad. Planetiers es un gran ejemplo. En la ciudad portuguesa de Aveiro se reúnen activistas, empresarios y gente interesada en la cuestión climática con este móvil: buscar soluciones. Allí, Telmo Romeu explica cómo funciona People & Planet, un proyecto europeo que busca movilizar a la población joven para promover estilos de vida sostenibles. El experto asegura que cada persona con la que trabaja actúa de un modo distinto, pero que “no tienen miedo y se enfrentan al reto” del cambio climático. Aunque, añade, observa de primera mano la decepción y el sentimiento de abandono que sufren por parte de la clase política. Lo mismo explica Aurore Delaunay desde su stand de la fundación portuguesa de educación climática Transitar: los jóvenes “sienten un gran peso sobre sus hombros” porque perciben que son ellos quienes deben salvar el mundo. Sin embargo, la formadora cree que “el miedo no hará a la gente actuar” y que “necesitamos un poco de esperanza para seguir luchando”.
Para esto, Delauney invita a imaginar frente a la ansiedad: ¿cómo sería el mundo más allá de la crisis climática? ¿Cómo podríamos solucionarla? En este atisbo de luz, según explica, puede estar la respuesta. Telmo, de hecho, defiende la figura del “ambientalista imperfecto”, que pone en valor que cualquier acción que busque cuidar el medio ambiente, aunque errada en ocasiones, vale más que el no hacer nada. Esta idea resta la responsabilidad ilógica que la preocupación por el clima carga sobre la moral de quienes la sufren y evita el bloqueo y la impotencia. Y es que este paso a la acción sana como otra forma más de terapia. Una revisión de las intervenciones más populares para el tratamiento de la ecoansiedad llevada a cabo por la Universidad de Webster establece la toma de partido como una de las terapias más populares. Además, otro artículo publicado por IOP apunta a una posible relación: la ansiedad climática y el activismo podrían despertarse el uno al otro en la psique humana.
La importancia de la colectividad
Otro aspecto en el que todos los allí presentes coinciden es en la colectividad. Cargar con el peso del mundo entero —literalmente— es demasiado cansado para una sola persona. Por eso, explican Telmo y Aurore, compartir la angustia y nutrirse de la experiencia y las ideas de otros puede ayudar a lidiar con esta condición. En este sentido, Ana Milhazes, activista y embajadora del Pacto Europeo por el Clima, ha tenido a su comunidad como un pilar fundamental en su transición hacia un estilo de vida más sostenible. Así, recuerda cómo una niña acudió a ella porque se sentía incomprendida por su entorno cuando se preocupaba por el estado del medio ambiente. Milhazes la ayudó y acompañó y, como a ella, a las miles de personas que siguen su proyecto “Ana, Go Slowly”, que promueve un estilo de vida mucho más sostenible humana y ambientalmente y defiende la filosofía Zero Waste.
Hace falta más Por desgracia, la acción no es lo único necesario. También hace falta un poco de apoyo político. Al lado de Aurore Delauney trabaja Diana Neves, una activista climática que aún tiene pendientes causas judiciales por desobediencia civil en manifestaciones por el medio ambiente. Lo demuestran los estudios y las voces expertas: la inacción gubernamental acaba por apagar el movimiento activista. Y es que el de la lucha por el clima y sus consecuentes secuelas es un camino de claroscuros. La esperanza es una breve llama que, así como empieza a arder, puede desvanecerse. Sin apoyo y desde la individualidad, es imposible cambiar las cosas y, por tanto, encontrar la otra cara de la moneda de la ansiedad climática: la acción