La democracia es más que la suma de sus instituciones. Una democracia sana depende en gran medida del desarrollo de una cultura cívica democrática. El término “cultura democrática” hace hincapié en el hecho de que, si bien una democracia no puede existir sin instituciones y leyes democráticas, dichas instituciones y leyes no pueden funcionar en la práctica a menos que se basen en una cultura democrática, es decir, en valores, actitudes y prácticas democráticos compartidos por los ciudadanos y las instituciones. Entre otras cosas, éstos incluyen: el compromiso con el Estado de Derecho y los derechos humanos; el compromiso con la esfera pública; la creencia de que los conflictos deben resolverse pacíficamente; el reconocimiento y el respeto de la diversidad; la voluntad de expresar las propias opiniones; la voluntad de escuchar las opiniones de los demás; el compromiso con las decisiones tomadas por las mayorías; el compromiso con la protección de las minorías y sus derechos; y la voluntad de entablar un diálogo entre culturas. También incluye la preocupación por el bienestar sostenible de nuestros semejantes, así como por el medio ambiente en el que vivimos.
(Fuente: «Reference Framework of Competences for Democratic Culture», Consejo de Europa)