Analysis of the German election results and future scenarios.
Las elecciones federales de Alemania celebradas el 23 de febrero de 2025 han confirmado una tendencia inquietante para la política europea: el avance de la extrema derecha y la crisis de las fuerzas progresistas tradicionales. La Unión Demócrata Cristiana (CDU), con un 28,5% de los votos, se impuso en los comicios y Friedrich Merz se perfila como el próximo canciller. Sin embargo, el dato más significativo es el ascenso de Alternativa para Alemania (AfD), que con un 20,8% de los votos se consolida como la segunda fuerza política en el Bundestag. Su crecimiento supone un nuevo desafío para la democracia alemana y para la Unión Europea, que ve con preocupación cómo una fuerza política abiertamente xenófoba y euroescéptica gana terreno en la principal economía del continente.
El Partido Socialdemócrata (SPD), liderado por Olaf Scholz, ha sufrido una debacle histórica con solo el 16,4% de los votos, demostrando el agotamiento de su proyecto de gobierno. Su caída es un reflejo del desencanto de un electorado progresista que no ha visto respuestas contundentes ante la crisis del coste de la vida, el encarecimiento de la vivienda y la precarización laboral. La izquierda, dividida y debilitada, ha perdido la capacidad de ofrecer una alternativa sólida ante el ascenso de la derecha. No obstante, Die Linke ha logrado una remontada inesperada con un 8,8%, desmintiendo las encuestas que la situaban al borde de la desaparición. Su éxito relativo en Berlín y algunas regiones del este del país muestra que sigue existiendo un espacio para una izquierda transformadora, pero esta deberá recomponerse y definir un rumbo claro.
La otra cara de la moneda ha sido el desplome del Partido Democrático Libre (FDP) y de la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), ambas formaciones quedando por debajo del umbral del 5% necesario para entrar en el Bundestag. Este fracaso evidencia la volatilidad del espacio político alemán y la dificultad de sostener proyectos políticos sin una base ideológica clara y coherente.
Uno de los aspectos más preocupantes de estos resultados es la fractura territorial de Alemania. Mientras que la CDU ha logrado mantenerse como fuerza hegemónica en el oeste, la AfD ha arrasado en el este, superando el 40% en algunos estados de la antigua RDA. Esta polarización responde a factores históricos y estructurales: décadas después de la reunificación, el este sigue enfrentando mayores desigualdades económicas y menor acceso a oportunidades. La ultraderecha ha sabido capitalizar ese malestar con un discurso reaccionario y antiinmigración, aprovechando el abandono y la falta de respuestas concretas por parte de las fuerzas progresistas.
Desde la perspectiva de la Unión Europea, estos resultados representan un dilema. La CDU de Merz, aunque claramente conservadora, mantiene un compromiso con la UE, pero la presión de la AfD en el Bundestag podría dificultar la toma de decisiones clave en política migratoria y ambiental. Alemania, hasta ahora un pilar de estabilidad en la UE, podría volverse un escenario de mayor inestabilidad si no se logra consolidar una coalición de gobierno fuerte y coherente.
En este contexto, la izquierda alemana enfrenta una tarea urgente: redefinir su papel en un momento de auge reaccionario. La crisis del SPD y el repunte de Die Linke sugieren que existe una base social para una alternativa progresista, pero para ello es necesario recuperar la iniciativa política, alejarse de la tibieza socialdemócrata y conectar con las demandas de la población trabajadora y precarizada. La construcción de un proyecto de izquierdas viable en Alemania y en Europa dependerá de la capacidad de sus actores para enfrentarse con determinación al autoritarismo emergente y proponer soluciones reales a los problemas estructurales que han permitido el ascenso de la ultraderecha.